Averiguación, escritura y narración histórica en la Grecia Antigua: Tucídides y la Historia de la Guerra del Peloponeso*
Recibido: 2008 - 10 - 20
Aprobado: 2008 - 11 - 28
Francisco José Casas Restrepo1
1 Profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad de la Sabana, Colombia. (francisco.casas@unisabana.edu.co).
Resumen: La Historia de la Guerra del Peloponeso, escrita por el historiador ateniense Tucídides, es un ejemplo muy destacado de averiguación, escritura y narración histórica. Para efectuar las dos últimas operaciones, se debe llevar previamente a cabo la averiguación de algunos hechos concretos y particulares, operación que a su vez, sólo se puede realizar recordando estos últimos, rescatándolos del olvido. Pero no se trata de hechos corrientes y sin importancia, sino de aquellos cuyas características les vienen dadas por dos notas fundamentales: importancia y fiabilidad, las cuales juegan un papel de primer orden en la Antigüedad, cuando se trata de la averiguación del pasado y del presente humanos, averiguación que llevan a cabo tres disciplinas emparentadas y afines entre sí, pero no iguales: Historia, Arqueología y Cronología.
Palabras clave: Averiguación, escritura, narración histórica, Tucídides, guerra del Peloponeso.
Abstract: The History of the Peloponnesian Wars, written by the Athenian historian Thucydides, is an outstanding example of inquiry, writing and historic narration. To accomplish the last two of these operations, prior research or investigation into certain specific and particular facts is required, which can be done only by recalling and rescuing them from obscurity. However, this does not involve ordinary facts or events of little or no significance, but those with characteristics that stem from two fundamental features: importance and reliability. These features play a prime role in Antiquity with respect to inquiry into the human past and present. This inquiry is carried out by three similar and related, but not identical disciplines: history, archeology and chronology.
Key words: Inquiry, writing, historic narration, Thucydides, Peloponnesian Wars.
Résumé: l’Histoire de la Guerre du Péloponèse, écrite par l’historien athénien, constitue un exemple très remarquable de recherche, d’écriture et de narration historique. Pour mener à bien les deux dernières opérations, il faut d’abord effectuer les recherches sur plusieurs faits concrets et particuliers, opération qui, à son tour, peut avoir lieu seulement en se souvenant d’eux, en les sauvant de l’oubli. Toutefois il ne s’agit pas de faits communs et sans importance, mais plutôt de ceux dont les caractéristiques proviennent de deux éléments fondamentaux : l’importance et la fiabilité qui jouent toutes les deux un rôle de premier plan dans l’Antiquité lorsqu’il s’agit de faire des recherches sur le passé et le présent de l’homme, recherches effectuées par trois disciplines aparentes et ayant des affinités entre elles, même si elles sont différentes : l’Histoire, l’Archéologie et la Chronologie.
Mots-clés: Recherche, écriture, narration historique, Thucydide, Guerre du Péloponèse.
Introducción
El historiador griego Tucídides, nació en Atenas justo antes de la segunda mitad del siglo V a. C., época dorada de la polis. Su obra, la Historia de la Guerra del Peloponeso tiene por objeto la averiguación, escritura y narración de unos hechos concretos, relativos a la guerra del mismo nombre, que duró del año 431 al 404 a. C. Este conflicto bélico específico es el material tratado por nuestro historiador y lo presenta con la fórmula: “X ha escrito Y”, tal como acostumbran algunos historiadores de la Antigüedad griega y romana1. Así, Tucídides, que es el autor nombrado y, al mismo tiempo, el narrador de la guerra, se presenta en tercera persona y menciona los hechos averiguados, escritos y narrados por él: “Tucídides de Atenas escribió la historia de la guerra entre los peloponesios y los atenienses relatando cómo se desarrollaron sus hostilidades, y se puso a ello tan pronto como se declaró, porque pensaba que iba a ser importante y más memorable (axiologôtaton tôn progegenêmenôn) que las anteriores”2.
Tucídides se ocupa de un período de tiempo relativamente corto, pero que se presenta muy amplio si consideramos que siempre estuvo atento a todos los sucesos bélicos, que vivió en territorio enemigo durante veinte años. Puede deducirse, también, que Tucídides vivió todavía algunos años más una vez terminada la guerra. Todos estos datos nos los proporciona en el llamado Segundo Proemio, donde hace una excepción a la fórmula de presentación personal ya mencionada y utiliza de manera insistente la primera persona con el fin de recalcar su acción:
Yo mismo recuerdo, en efecto, que siempre, tanto al principio de la guerra como hasta que se terminó, eran muchas las personas que anunciaban que duraría tres veces nueve años. Yo he vivido durante toda su duración, con edad para comprender y esforzándome en conocer los hechos con exactitud. Se ha dado la circunstancia, además, de que he estado desterrado de mi patria veinte años, después de mi mando en Anfípolis, y, al vivir los acontecimientos en los dos campos, y sobre todo en el de los peloponesios, a causa de mi destierro, he tenido la calma necesaria para comprenderlos un poco mejor3.
Recuerdo y narración del pasado en Grecia
La narración de unos hechos, cualesquiera que sean, supone su averiguación. Este es el paso inicial en la reconstrucción del pasado o del presente: primero, la averiguación y, después, la narración oral y luego escrita; aunque las complicadas relaciones entre oralidad y escritura ya no permiten establecer una demarcación exacta, ni una línea evolutiva ascendente tan sencilla como se creía antes4. Lo que sí parece estar ya claramente establecido en el terreno específico de la Historia como disciplina es que la narración histórica, aunque escrita, era en un principio leída y contada en voz alta a un público que la escuchaba.
Después, será Tucídides el primero en dar el salto con el cual la narración histórica se empieza a destinar a la lectura personal –silenciosa o no–, que requiere una atención mayor por parte del lector5, puesto que éste no sólo debe comprender el sentido de lo que lee y el significado profundo de los hechos narrados, sino que tiene que hacer un esfuerzo añadido por comprender el sistema de escritura y sus signos para relacionarlo con los sonidos que producen las palabras que, a su vez, portan el sentido de la narración6. Este complicado proceso de asociación entre los signos con sus sonidos y el sentido de la narración, es un hecho generalizado, no exclusivo de la historia como disciplina. Se presenta en el siglo V a. C. en todos los campos del saber que se expresan a través de la escritura. Pero en el caso de Tucídides, insistimos, se añade el grado de complejidad de la escritura de su obra, la densidad y el sentido oculto de los hechos, como nunca antes se había presentado en la disciplina histórica.
El averiguar es en Grecia, y en toda la Antigüedad, signo inequívoco de la importancia intrínseca de los hechos: no se averigua sobre aquello que carece de importancia y, por tanto, no merece ser recordado. Entonces, para escribir y narrar un hecho, primero hay que averiguarlo, escudriñando en las brumas del tiempo ([Th.] I, 1, 2), generalmente pasado, el cual es incierto ([Th.] I, 20, 1). Pero no se averigua algo –cualquier acontecimiento, hecho o personaje– sino recordándolo: si traemos aquello que es esencialmente pretérito al presente, lo rescatamos del olvido ([Th.] I, 1, 2). Salvamos así, su dudosa y frágil entidad de las fauces de un tiempo lejano y confuso, pero también de la contaminación por la fantasía que amenaza con borrar o distorsionar los hechos ([Th.] I, 21,1; 22,4); de los prejuicios conscientes o inconscientes de los testigos ([Th.] I, 20, 1; 21, 2); de las inclinaciones o preferencias de estos testigos ([Th.] I, 20, 3; 22, 3) o del engrandecimiento o adorno añadido por los diversos narradores ([Th.] I, 21, 1; 22, 4).
Es interesante advertir cómo para la historiografía griega, romana e incluso judía y cristiana –aunque por diversos motivos en cada caso–, la historia tiene una función mnemotécnica7: es imperativo recordar aquellos hechos que han sido notables, que resaltan por su importancia intrínseca; por el relieve que adquirieron en medio del mar de acontecimientos insignificantes y triviales el cual, a la vez que contribuye a realzarlos, también –y de manera más contundente– amenaza con sumirlos en el olvido, lanzándolos al río del tiempo que no se detiene. El tiempo es el gran enemigo de las hazañas humanas o heroicas y por eso: “Para los griegos (...) la historia es una operación contra el tiempo que todo lo destruye, entendida como salvación del recuerdo de los hechos dignos de ser recordados”8.
Es el tiempo, quien tiene el poder de borrar los hechos memorables, de arrastrarlos a la nada. Pero es también el implacable consejero que, al efectuar su obra, posibilita en los hombres la labor de Clío: la musa de la Historia, les aconseja e impone a los mortales, recordar. Les dice que no deben arrojar sus propias hazañas al pozo del olvido ni someterse a su imperio de muerte, al menos no totalmente y de aquella forma humanamente posible. Es la memoria, Mnemosine –madre de todas las musas–, la capacidad humana que libra del olvido a los gestos y gestas humanas más ilustres.
En vista de la evidencia, según la cual “el tiempo todo lo borra”, la Historia como disciplina se impone la tarea de rescatar “los hechos humanos y las hazañas gloriosas para que no sean olvidados”9. Es aquí donde se advierte la paradoja, según la cual, la averiguación de los hechos debe suponer previamente –al menos en parte– su existencia. Y ésta, ya lo hemos dicho, les viene dada por la importancia que han tenido y es sostenida por el brillo y prestigio que ganan esos hechos con el paso del tiempo.
La aventura de la palabra escrita en Grecia en lo referente a la narración del pasado, presenta distintas modalidades que pueden ser resumidas y englobadas, respectivamente, en tres grandes períodos cronológicos fundamentales.
En el primer período, está la Epopeya, que se muestra en la “poesía épica, poesía lírica del último período, como la de Píndaro, y tragedia, o sea, creaciones que retrataban las grandes figuras y los grandes acontecimientos del pasado…”10.
Así, la epopeya puede ser considerada, en cierta manera, como “antepasada” de la historia11 que se materializa en versos cantados y sólo tardíamente escritos. De forma que podrá afirmarse después, sin temor a equívocos, que:
No hay género literario más próximo a la épica que la historia en sus orígenes. No importa que Homero fuera el educador de Grecia y que sus versos pudieran ser citados de memoria en cualquier ocasión. Todos los griegos llevaban imbuido el espíritu de Homero, pero más importancia que esta realidad tiene el hecho de que la historia tome de la épica la misión de perpetuar hazañas y glorificar héroes12.
En el segundo período, se sitúa la Historia a la manera jónica primero (con Heródoto como principal representante), después la Historia a la manera ática (con Tucídides a la cabeza), que, escrita en prosa, está destinada a ser leída en público o de forma personal, silenciosa o no.
Finalmente, en el tercer período, tenemos la Historia casi exclusivamente retórica, política o moralizante13 del período helenístico –plasmada en muchas modalidades–, que contribuye a hacer de la disciplina histórica un género menor al servicio de la literatura, la retórica y la ética.
Importancia y fiabilidad de los hechos
El historiador en la Antigüedad, cuando emprende su labor, no acota un período de tiempo más o menos oscuro –una terra incognita–, ni explora en busca de hechos que parezcan ser lo suficientemente notables o importantes como para ser historiados: son los hechos mismos, por su importancia y luminosidad, los que le imponen al historiador la obligación de ser relatados. Es imperativo decir que tales hechos –y no otros– sucedieron. Pero, ¿de qué hechos estamos hablando? Nos lo dice muy bien Finley, cuando formula la misma pregunta y responde así al respecto:
¿Cuáles son las “cosas” (hechos o acontecimientos) que merecen o requieren consideración (importancia) para establecer cómo “acaecieron en realidad” (existencia)? Y mucho antes de que nadie soñase con la historia, el mito ya ofrecía su respuesta. En eso consistía su función, o una de sus funciones: en hacer el pasado inteligible y dotado de sentido mediante la selección, la concentración en algunos fragmentos de ese pretérito que de tal manera adquirieron permanencia, relieve y significación universal14.
Sin embargo, lo dicho en el texto anterior no implica que al historiador en Grecia –y en general en la Antigüedad– los hechos le vengan dados, sin más, ni que él simplemente reproduzca de forma mecánica lo dicho por el mito, sin quitarle ni añadirle absolutamente nada. Su labor no es la del copista, que calca lo dicho por sus antecesores, ni la del escoliasta, que sólo comenta lo fundamental que ya se ha dicho pero que, en esencia, lo deja intacto. Muy al contrario, el historiador griego, de alguna manera “(...) debía encontrar, descubrir los acontecimientos que quiere conservar. Registrar, no lo que todos saben, sino lo que peligra en ser olvidado o que ya ha sido olvidado”15.
Cualquier suceso o acontecimiento puede pretender ser tal, por la importancia que haya tenido. Es esta característica la que dictamina que algo puede ser llamado hecho histórico, que es digno de ser historiado. Así, “(...) el valor intrínseco de los acontecimientos”16, lo que he denominado importancia, es el primer criterio de selección histórica, de averiguación y elección de los hechos.
Los hechos comunes, en cambio, por su escaso relieve e importancia, no merecen ser contados y se pierden en la bruma del tiempo, tornándose dudosos e imprecisos y, por tanto, son poco creíbles. Se contará con una información acerca de ellos que será –con el paso del tiempo– cada vez más incierta, fragmentaria y escasa ([Th.] I, 1, 2; 20, 1; 21, 1). Es justamente por esto, que el segundo criterio de selección histórica lo constituye la cantidad y cualidad de las informaciones disponibles, relativas a los hechos que se desea narrar17. Es lo que he denominado fiabilidad, segundo criterio de selección histórica para la averiguación y narración de hechos considerados importantes ([Th.] I, 20, 1; 21, 1; 22, 2-4). Porque no basta con la importancia intrínseca de tales hechos: es condición necesaria, pero insuficiente. Ellos reclaman la fiabilidad de las fuentes que pretenden narrarlos y los avalan. Es justamente por la ausencia, escasez o poca fiabilidad de los testimonios, que muchos hechos, quizá memorables, se pierden en el tiempo y llegan a equipararse a los hechos comunes: poco importantes o escasamente fiables por el carácter dudoso de las fuentes, lejanía en el tiempo, incertidumbre acerca de su realidad, etc.
Ya sabemos que los hechos considerados históricos en la antigua Grecia, son los hechos importantes. Pero ¿cuál es la clave para saber que unos hechos son importantes? La importancia de los hechos se juzga por el impacto que han tenido en una comunidad que previamente los sanciona como “buenos” o “malos”, dignos de alabanza o de reproche en el marco de un orden social que asigna unos papeles y funciones precisas a los seres humanos18. Éstos deben ajustarse a aquéllos y, si los cumplen de manera ejemplar, serán acreedores de alabanza y dignos de entrar en la inmortalidad por la narración de sus grandes hazañas. Esta es la concepción de inmortalidad que, por cierto, prima en Homero y Tucídides, aunque con ligeras y particulares diferencias en cada uno de ellos19.
Por supuesto, también las acciones terribles o indignas muestran hechos que no deben ser olvidados, pero por su papel aleccionador, de advertencia acerca de cómo no debe conducirse el ser humano. Y la Historia sería entonces, en estos casos, la exposición dramática de los excesos y defectos de la conducta humana en un intento por enseñar desde la violencia –si es que esto es posible–, tal como sucede en la obra de Tucídides con el terrible y elocuente pasaje que nos narra las atrocidades y devastadoras consecuencias morales de la guerra civil en Corcira ([Th.] III, 81-84)20.
Así, en la Antigüedad los hechos son dignos de ser narrados por la trascendencia que han ganado a través del tiempo. ¿Con qué objeto? Con objeto de que no sean olvidados. No es bueno, justo o aconsejable arrojar al pozo del olvido todo lo que ha sido grandioso o terrible puesto que debe ser memorable. Pero todo lo memorable necesita de la palabra que, a su vez, lo refuerza, cumpliéndose lo expresado por el Alto Rey, quien de manera sabia y bella, hablaba así al poeta: “Las proezas más claras pierden su lustre si no se las amoneda en palabras.
Quiero que cantes mi victoria y mi loa. Yo seré Eneas; tú serás mi Virgilio. ¿Te crees capaz de acometer esa empresa, que nos hará inmortales a los dos?”21.
La memoria es en Grecia –como en otras culturas– la aliada de la Historia, disciplina que se empeña en registrar todo lo importante para recordarlo. Pero la memoria librada a su propias capacidades, aún la de amplio espectro, la memoria intergeneracional, es pobre, confusa y frágil; por tanto, falible22 y, en definitiva, insuficiente. La guarda de los hechos importantes no debe confiarse a las limitadas capacidades naturales de los hombres. Debe ser ayudada, ampliada y fijada por medios imperecederos, medios que constituyen la extensión y prolongación de las mencionadas capacidades naturales. Lo anterior supone el paso de la oralidad a la escritura, de la palabra simplemente dicha y oída –que al ser pronunciada y escuchada, desaparece o amenaza con desaparecer la palabra que decanta en un texto escrito y que, además, puede ser repetida o narrada a voluntad cuantas veces se desee. La escritura de unos hechos previamente averiguados para ser narrados es llevada a cabo con objeto de preservarlos de manera muy duradera, más aún que con la simple oralidad. Pero al ser consignados por escrito, los hechos pierden –en parte o totalmente– su tono legendario al entrar en la esfera de lo cotidiano y, además, paradójicamente, tienden a ser olvidados por su carácter acumulativo que los hace muy numerosos. No obstante, la oralidad continuó en muchos ámbitos de la cultura e hizo posible que parcelas como la épica, el mito y la religión, –prácticamente inseparables en Grecia– se mantuvieran y perpetuaran de generación en generación sin que el fenómeno de la escritura dejara en ellos siquiera una pequeña huella.
Así, el gran número de hechos dificulta su tratamiento y entorpece su recuerdo. El exceso de sucesos, acontecimientos y personajes, la avalancha de datos –sólo posible gracias a la escritura– que permitió en un principio recordar un número cada vez mayor de grandes gestas, acabó por convertirlas en poco brillantes y sin resalte, por ende, en innecesarias y banales, superfluas y anodinas. Se opera entonces un proceso de sentido contrario al inicial: los hechos importantes, ya deslucidos por su gran número y carácter común, tienden a volver al río del olvido: es tal su cantidad y poca calidad. Desde este momento no queda otro remedio, si queremos preservar de manera imperecedera los hechos –y sólo algunos hechos, los más importantes– que empezar a elaborar algo más que simple Historia: es necesario construir Teoría de la Historia o Historia Universal, disciplinas que pretenden exponer un sentido global de lo sucedido o –incluso, en algunos casos– de aquello por suceder, con un grado de certeza y determinación que oscila entre lo probable y lo seguro. Por supuesto Tucídides, a pesar de sus altas pretensiones no se propone vaticinar o adivinar los hechos humanos concretos, sino advertir sobre las tendencias generales de la acción “(...) de acuerdo con las leyes de la naturaleza humana (...)”23.
Al llegar a este punto, debemos reparar en la importancia que reviste el estudio del pasado para la historia y debe distinguirse entre tres disciplinas de la antigua Grecia emparentadas y afines entre sí, pero no iguales: historia, arqueología y cronología. Daré un breve vistazo al lugar que ocupan estas disciplinas en la obra de Tucídides.
Historia, Arqueología, Cronología
La disciplina histórica, la Historia –muy lejos de lo comúnmente creído– se ocupaba en Grecia de los hechos actuales o contemporáneos24 respecto del historiador que los abordaba y si él incursionaba en el pasado, lo hacía con suma cautela. Cuanto más se alejaba en el tiempo, la averiguación se hacía mucho más indirecta y menos fiable. Por esta razón, la Historia se fundaba casi siempre en sus inicios, en la tradición oral y en la observación directa de los hechos.
Pensemos, por ejemplo, en Hecateo, Acusilao, Heródoto, Tucídides, etc. Su labor era asombrosamente parecida a la de un periodista o reportero actual que “cubre” una noticia de la cual participa y opina; una noticia que, además, es experimentada con particular viveza y dramatismo. Cuando estos historiadores empiezan a retroceder en el tiempo, su afirmación sobre la verdad de los hechos relatados se torna vacilante, así como la concesión de fiabilidad a las fuentes que los sustentan. Cuando habla de la guerra, Tucídides nos dice que:
(...) los acontecimientos anteriores, y los todavía más antiguos, era imposible, ciertamente, conocerlos con precisión a causa de la distancia del tiempo; pero por los indicios a los que puedo dar crédito cuando indago los más lejos posible, no creo que ocurriera nada importante ni en lo referente a las guerras ni en lo demás25.
En general, los historiadores de la Antigüedad fueron testigos de excepción de los hechos vividos por cada uno de ellos. A esos hechos los consideraron –en cada caso y por diversas razones– como los más importantes de su tiempo26.
La Arqueología era, en cambio, a diferencia de la Historia, la disciplina que se ocupaba del pasado muy remoto27 y sus averiguaciones se perdían en la bruma de los tiempos: narraba hechos tenidos por ciertos, pero que no podían ser probados con seguridad y funcionaba con métodos rudimentarios. Podemos decir con justicia que la Arqueología era la disciplina que daba un “peso científico” a las narraciones míticas, avalando con indicios más o menos seguros su veracidad28. No obstante, esto no significa que el mito en su propio terreno necesitase de “pruebas racionales”. Por paradójico que pueda parecer, el mito no sólo no reclamaba esa “prueba de fuego” de la racionalidad sino que la rechazaba, puesto que a nivel popular era considerado como absolutamente cierto debido a la importancia “afectiva” de lo que narraba y, por esta razón, tenía más peso en la conciencia general que los hechos que narraba la Historia29.
Por eso, los hechos míticos, por su grandiosidad, están siempre presentes en la vida y la memoria de los griegos. Esto, lo expresa de manera muy elocuente y gráfica, Finley en un extenso pasaje que vale la pena reproducir y en el cual nos dice que:
Cuando Heródoto se encontraba en su acmé, el pasado distante era algo vivo en las conciencias de los hombres, mucho más vivo que los siglos o generaciones recientes: Edipo, Agamenón y Teseo eran más reales para un ateniense del siglo V que no una figura anterior a esa época, con la excepción de Solón, y éste fue elevado al empíreo de aquéllos al transformarse en personaje mítico. Los héroes de este carácter reaparecían anualmente en los grandes festivales religiosos en tragedias y odas corales y recreaban para sus públicos el ininterrumpido hilo de toda la vida, extendiéndose desde las generaciones de los humanos hasta los dioses, pues los héroes del pasado e incluso muchos de los héroes del presente eran de ascendencia divina. Todo esto era serio y cierto, literalmente cierto, y, por ejemplo, constituía la base de su religión (...). El mito era su gran maestro en todas las cosas relativas al espíritu. Con él aprendían la moralidad y las reglas de la conducta, las virtudes de la nobleza, el criterio del justo medio y la amenaza de la hybris; de él sacaban información sobre la raza y la cultura e incluso la política30.
El mito, que entonces tenía a nivel popular un peso muy superior al de la historia, no se expresaba a través de ésta sino por la poesía, término que en este caso:
(...) significaba poesía épica, poesía lírica del último período, como la de Píndaro, y tragedia, o sea, creaciones que retrataban las grandes figuras y los grandes acontecimientos del pasado. El problema no consistía en si tal poesía era de fiar históricamente hablando, o hasta qué punto, en el sentido en que hoy nos formulamos ese tipo de preguntas sobre la épica antigua, sino que se refería a la más profunda demanda de universalidad, de verdad sobre la vida en general. El problema, en una palabra, era el de la opción entre mito e historia”31.
Por lo dicho en los dos pasajes anteriores se entiende muy bien por qué Finley añade –para terminar llegando a Tucídides– que:
No es sorprendente, pues, con estos antecedentes, que la historia se discutiera en la Antigüedad sobre el mismo plano que la poesía y que contra ella fuese medida y juzgada. En lo fundamental se trataba de comparar una manera de referir el pasado con otra, pues sobre un punto al menos no puede haber malentendidos: todos aceptaban que la tradición épica estaba basada en hechos reales. Incluso Tucídides32.
Así, nuestro historiador, aunque le concede una mayor importancia al presente, no desdeña el pasado remoto y tampoco duda de su existencia, aunque le plantee serios problemas relativos a la veracidad y exactitud de los hechos que refiere. Lo cierto es que Tucídides, aunque es consciente de la dificultad de averiguar hechos del pasado remoto de manera fiable, se sirve de ellos como poderosas herramientas que, por su prestigio, no hacen otra cosa que aquilatar la narración presente de la guerra, la cual es el objeto de la historia de Tucídides. Así, tenemos como ejemplo clásico, la Guerra de Troya, narrada por Homero y juzgada cierta en todos sus detalles –incluso por Tucídides33– aún en aquellos pasajes que mencionan hechos y personajes mitológicos. Sin embargo, Tucídides también manifiesta por intermedio de Pericles, la relatividad del testimonio y la innecesaria alabanza que sobre la guerra podría hacer un poeta como Homero; resta importancia a su autoridad y a los hechos que narra, los cuales serían superados por los hechos de la Guerra del Peloponeso, el poderío naval de Atenas y el recuerdo eterno de todos los “monumentos” buenos y malos que ha producido la polis en el transcurso de esa guerra34. De esta forma, aunque Tucídides tiene en cuenta el valor y la autoridad del testimonio homérico, propone su versión original de los hechos antiguos, incluso en contra de Homero35. Así, el historiador pretende superar en fama y gloria al poeta –a Homero, “padre de Grecia”– y entrar así, en la eternidad. Por eso, Tucídides y su obra quieren reemplazar o sustituir –también en belleza y mérito poético36– la obra homérica y su autor37. Pero Tucídides pretende ir más allá, porque su Historia se presenta como la cota máxima de autoridad y fiabilidad en la narración de los hechos, incluidos aquellos que Homero ha narrado, tenidos por verdaderos y ciertos pero juzgados dudosos desde el punto de vista de la veracidad narrativa38. En otras palabras: Homero es veraz, pero no lo es tanto como Tucídides mismo, quien manifiesta tener en su poder una potente herramienta para averiguar y juzgar, escribir y narrar los hechos de la Guerra del Peloponeso. Y esa fuerza, novedosa en la narración de los hechos, se manifiesta en la intención, el método y el enfoque “ilustrado” del historiador39.
Finalmente, la Cronología se ocupaba de la construcción de tablas temporales y genealogías40, acción que se lograba gracias a los datos proporcionados por documentos escritos (listas de magistrados epónimos, sacerdotes, etc.), pero sin otorgar mucha importancia a los hechos, como sí lo hacía la Historia41. No obstante, la cronología era de gran utilidad para esta última disciplina, por su utilidad en la averiguación y datación de los acontecimientos del pasado. Tucídides hace uso de la Cronología en numerosas ocasiones y no simplemente en la Arqueología, extenso pasaje que parece estar muy necesitado de datos que le permitan al historiador establecer sincronías entre las diversas poblaciones de la Hélade en épocas remotas. Así, en este pasaje concreto, Tucídides menciona el poblamiento de las distintas regiones y el desarrollo de la navegación y utiliza complicadas operaciones de cómputo para lograr unificación en las fechas y obtener la homologación de cronologías diversas. Pero también en otros pasajes, muy numerosos, Tucídides menciona personajes diversos de las poleis –mandatarios, monarcas, jefes militares, tiranos, etc.– e intenta elaborar listas de ellos con el fin de obtener cronologías42 y sincronías que le permitirán la confección de un “mapa temporal” para situar personajes y hechos en el vasto y diverso mundo de la Hélade.
Tucídides nos dice ([Th.] V, 20, 3; 26, 1 y 3) que la cronología que ha empleado para escribir su obra se limita a seguir la sucesión de veranos e inviernos, para obtener así un número de veintisiete años; aunque contempla algunas fechas más como hitos importantes en su obra (la Guerra de Troya, la guerra contra los medos, la primera batalla naval conocida, la primera invasión del Ática, etc.)43 y también utiliza el sistema de fechado por las distintas fiestas celebradas en Atenas44. Pero la labor tucidídea, aparentemente tan sencilla, debió de suponerle un extraordinario esfuerzo de “emparejamiento” de fechas proporcionadas por diversos sistemas cronológicos, los cuales serán traducidos después a ese calendario único estacional de inviernos y veranos. Efectivamente, hoy sabemos de la existencia y complejidad de numerosos calendarios regionales y locales en toda la Hélade, los cuales obedecían a marcadas diferencias étnicas, a múltiples tradiciones tanto culturales como religiosas y a diversas concepciones políticas45.
En la obra tucidídea se presenta una paradoja muy notable respecto a lo dicho sobre la disciplina histórica en Grecia. Esta paradoja es la siguiente: se le concede una importancia muy grande, incluso extrema, al pasado, hecho que nos hace dudar legítimamente acerca de la ocupación de nuestro historiador: ¿Fue entonces Tucídides un arqueólogo o un historiador? En otras palabras: ¿su interés se centra en el pasado o en el presente? Parece que Tucídides –tal como siempre se ha pensado– es decididamente un historiador46, en la medida en que su interés se centra en el presente, en la guerra que pretende narrar, pero acude al pasado que le sirve, primero: como elemento de autoridad para entender los orígenes del pueblo griego que se pierden en la bruma de los tiempos y enlazan sin solución de continuidad con el mito. Este último, sin embargo, no es asumido como tal, sino que se racionaliza y es puesto en el “plano histórico”47. Y segundo: Tucídides acude al pasado para entender cómo se llegó a la situación histórica vivida por él, en la cual –tal como nos lo relata la Guerra– era inminente y se hacía prácticamente inevitable48.
Así, en la Arqueología ([Th.] I, 2-19), el pasado de la Hélade en cuanto origen condiciona en gran medida –aunque no determina necesariamente– cómo será el presente: es el ayer, que se manifiesta en el presente, el que hace de éste una realidad inteligible. El pasado en la obra tucidídea hace del presente su culminación, lo dota de sentido y le da su razón de ser por medio de una curiosa concepción evolutiva que oscila entre el lustre y el prestigio del pasado y la grandeza e inmortalidad del presente. Y, a su vez, el presente –por la importancia de los hechos que están sucediendo, que son objeto de narración y aún más importantes que aquellos ya sucedidos– hace que el pasado adquiera aún más lustre y gravedad como antecedente con cierto valor causal del presente mismo. Así, pasado y presente, quedan ligados recíprocamente, aunque por motivos diversos en cada caso, ya se mire la relación desde uno u otro extremo.
Tucídides toma pues el pasado como elemento poderosísimo que ayuda a entender el presente; tal como su narración –ya pasada– nos ha ayudado a comprender e interpretar –al menos así se ha creído– muchos hechos y situaciones políticas y bélicas posteriores49. Se cumpliría así, en ese sentido, lo vaticinado por el mismo Tucídides, cuando dice “(...) mi obra ha sido compuesta como una adquisición para siempre más que como una pieza de concurso para escuchar un momento”50.
Conclusión
La Historia de la guerra del Peloponeso nos muestra que la escritura y narración de los hechos particulares que Tucídides nos quiere transmitir, van precedidas por una minuciosa averiguación de esos hechos que son rescatados del olvido gracias al recuerdo. Éste les impone como condiciones para ser considerados ilustres, importancia y fiabilidad, características que dan fe de su existencia, la cual se hace presente en la averiguación que llevan a cabo tres disciplinas emparentadas y afines entre sí, pero no iguales: Historia, Arqueología y Cronología.
* El presente artículo es fruto de una investigación sobre el concepto de historia en Tucídides. Una versión preliminar fue presentada en el III Congreso Iberoamericano de Filosofía, celebrado del 1 al 5 de julio de 2008 en la Universidad de Antioquia, Colombia.
1 Cfr. J. Marincola, Authority and tradition in ancient historiography, Cambridge, Cambridge University Press,1997, pp. 182-6 y 204-5; C. Dewald, ‘The Figured Stage: Focalizing the Initial Narratives of Herodotus and Thucydides’ en T. M. Falkner, N. Felson y D. Konstan (eds.), Contextualizing Classics: Ideology, Performance, Dialogue: essays in honor of John J. Peradotto, Maryland, Rowman & Littlefield,1999, pp. 224-7 y 333-6; L. Strauss, “Sobre la Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides”, en La ciudad y el hombre, Buenos Aires, Katz, 2006, p. 229.
2 Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso. Libros I-VIII, intr. J. Calonge Ruiz, trad. y notas J.J. Torres Esbarranch, Madrid, 1990-1992, I, 1, 1. En adelante, [Th.].
3 [Th.] V, 26, 4-5.
4 Cfr. R. Thomas, Literacy and Orality in Ancient Greece, Cambridge, Cambridge University Press, 1992, pp. 74-77.
5 Cfr. H. Yunis, ‘Writing for Reading: Thucydides, Plato, and the Emergence of the Critical Reader’, en H. Yunis (ed.), Written Texts and the Rise of Literate Culture in Ancient Greece, Cambridge, Cambridge University Press, 2003.
6 Cfr. E. A. Havelock, “La ecuación oral-escrito: una fórmula para la mentalidad moderna”, en D. R. Olson y N. Torrance (eds.), Cultura escrita y oralidad, Barcelona, Gedisa, 1995, pp. 40-45.
7 Cfr. A. Momigliano, “El tiempo en la historiografía antigua”, en La Historiografía griega, Barcelona, Crítica, 1984, pp. 82-91.
8 Ibídem, p. 84.
9 Heródoto, Historias. Libro I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1990, Cfr. [Th.] I, 1, 2; 21, 1; 22, 3-4.
10 M. I. Finley, “Mito, memoria e historia”, en Uso y abuso de la Historia, Barcelona, Crítica, 1979, p.14.
11 Cfr. Ibídem, pp. 13-22, con todas las reservas que el propio autor pone al respecto.
12 J. Calonge Ruiz, “Introducción general”, en Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, Madrid, Gredos, 1990, pp. 36-37. No obstante, debe acogerse esta afirmación con cautela debido a las matizaciones que pueden y deben hacérsele.
13 Cfr. Ch-O. Carbonell, La Historiografía, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, pp. 22-24.
14 Finley, “Mito, memoria e historia”, en Uso y abuso de la Historia, ob. cit, p. 14. El subrayado y los términos añadidos entre paréntesis son míos.
15 Momigliano, “El tiempo en la historiografía antigua”, en La Historiografía griega, ob. cit., p. 84.
16 Ibídem, p. 82.
17 Cfr. Ibídem, pp. 82-ss.
18 Cfr. A. Macintyre, Historia de la ética, Barcelona, Paidós, 1991, pp. 15-ss.
19 Cfr. H.R. Immerwahr, ‘Ergon: History as a Monument in Herodotus and Thucydides’, American Journal of Philology, LXXXI, 3, Baltimore, The Johns Hopkins Press, 1960, pp. 282-283, 290.
20 Cfr. Strauss, “Sobre la Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides”, en La ciudad y el hombre, ob. cit., pp. 233-234.
21 J. L. Borges, “El espejo y la máscara”, El libro de arena, en Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, 1991, p. 45.
22 Cfr. Carbonell, La Historiografía, ob. cit., pp. 9-12.
23 [Th.] I, 22, 4.
24 Cfr., por ejemplo, [Th.] III, 83-85.
25 [Th.] I, 1, 2. El subrayado es mío.
26 Cfr Momigliano, “El tiempo en la historiografía antigua”, en La Historiografía griega, ob. cit., pp. 82-83.
27 Cfr. [Th.] I, 2-13; Momigliano, “El tiempo en la historiografía antigua”, en La Historiografía griega, ob. cit., pp. 83-86; Finley, “Mito, memoria e historia”, en Uso y abuso de la Historia, ob. cit., pp. 23-26.
28 Cfr. Heródoto, Historia. Libros I-II, Madrid, Gredos, 1992, pp. 86-89; [Th.] I, 2-13.
29 Cfr. Finley, “Mito, memoria e historia”, en Uso y abuso de la Historia, ob. cit., pp. 11-17.
30 Ibídem, pp. 15-16. El subrayado es mío.
31 Ibídem, p. 14. El subrayado es mío.
32 Ibídem, p. 16. El subrayado es mío. Cfr. Strauss, “Sobre la Historia de la guerra del Peloponeso”, en La ciudad y el hombre, ob. cit., pp. 227-233.
33 Cfr. [Th.] I, 3-4 y 8-10, 1 y 11, 2-3 y 12. En estos pasajes de la Arqueología justamente el pasado da fuerza, fiabilidad y, en definitiva, prestigio al presente. La obra tucidídea hace valer este último gracias a los hechos pretéritos narrados que, aunque muy lejanos en el tiempo y menos importantes que los con- temporáneos, son fiables y dignos de ser contados a causa de su grandiosidad. Cfr. Finley, “Mito, memoria e historia”, en Uso y abuso de la Historia, ob. cit., p. 16.
34 Cfr. [Th.] II, 41, 4.
35 Cfr. [Th.] I, 3, 3; 9, 3-5; 10, 4-5; 13, 5, etc.
36 Cfr. [Th.] I, 22, 4.
37 Cfr. R. Hunter, ‘Homer and Greek literature’, en R. Fowler (ed.), The Cambridge Companion to Homer, Cambridge, Cambridge University Press, 2004, pp. 240-241.
38 Cfr. Strauss, “Sobre la Historia de la guerra del Peloponeso”, en La ciudad y el hombre, ob. cit., pp. 227-228.
39 Cfr. Ibídem, p. 229.
40 Cfr. Momigliano, “El tiempo en la historiografía antigua”, en La Historiografía griega, ob. cit., pp. 84-85; R. Thomas, Oral tradition and griten record in classical Athens, Cambridge, Cambridge University Press, 1989, pp. 173-195.
41 Cfr. Momigliano, “El tiempo en la historiografía antigua”, en La Historiografía griega, ob. cit., pp. 84-85.
42 No obstante, en contra de esta tendencia a confiar en los datos proporcionados por las listas de los magistrados como elemento cronológico auxiliar, Tucídides nos dice: “Se debe efectuar el cálculo tomando como base la sucesión de las épocas del año, sin dar más crédito al cómputo basado en los nombres de los magistrados o de otros cargos que en cada lugar indican el tiempo de los hechos del pasado; este método no es preciso, puesto que un episodio puede suceder a otro tanto al principio como a mediados o en cualquier otro momento de una magistratura”. Th.]V, 20, 2. El subrayado es mío.
43 Cfr. [Th.] I, 3 y 4; 11, 2-3; 12, 1 y 4; 14-18; 23, 1.
44 Cfr. [Th.] V, 20, 1.
45 Cfr. R. Hannah, Greek and Roman Calendars. Constructions of Time in the Classical World, London, Gerald Duckworth & Co., 2005, pp. 42-70.
46 Cfr. Strauss, “Sobre la Historia de la guerra del Peloponeso”, en La ciudad y el hombre, ob. cit., pp. 201-210.
47 Cfr. [Th.] I, 3; 4; 9; 10, 3-5; 11, 3; 12, 1-3; [Hdt.] II, 142 ss.
48 Cfr. [Th.] I, 23, 6; 33, 3-4; 36, 1; 86, 4-5; 87, 2; 88; 144, 3-4; 146. Respecto al supuesto carácter “inevitable” de la guerra, cfr. [Th.] I, 42, 2; M. Ostwald, Anankē in Thucydides, Atlanta, Scholars Press, 1988, pp. 63-66.
49 Cfr. W. R. Connor, Thucydides, Princeton, Princeton University Press, 1984, pp. 3-4.
50 [Th.] I, 22, 4.
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