Educar la irracionalidad:
Sobre el lugar de la filosofía en las aulas
Educating Irrationality: On the Place
of Philosophy in the Classroom
Éduquer l'irrationalité: la place
de la philosophie dans les salles de classe
Recibido:2012-06-20
Aprobado:2012-10-20
Andrea Lozano*
** Universidad de Los Andes, Colombia. anlozan@yahoo.com
Resumen El siguiente ensayo tiene el propósito de reflexionar sobre el papel de la enseñanza
de la filosofía en todos los nivelesl. Para ello intenta separarse de otras ciencias puras y sociales y Palabras clave: filosofía, irracionalidad, forma de vida, enseñanza. |
Abstract The following essay reflects on the function of the teaching of philosophy at all levels. Key words: philosophy, irrationality, lifestyle, education. |
Résumé: Cet essai a pour but de réfléchir sur le rôle de l'enseignement de la philosophie à tous Mots-clés: philosophie, irrationalité, forme de vie, enseignement. |
¿Para qué sirve la filosofía? ¿Por qué incluirla en la educación básica? ¿Por qué continuarla en la educación superior? Los programas de estudio y las justificaciones oficiales1 probablemente hablarán de la formación del pensamiento abstracto, del acercamiento a la lógica, incluso de la familiarización con los orígenes del pensamiento occidental. Los más ambiciosos postularán una conexión entre el conocimiento de las reflexiones filosóficas y una insipiente consciencia de cosmovisiones diferentes, de valores en conflicto, la existencia y necesidad de la vida razonable y diversa más allá del propio yo2. Creo que la filosofía logra todo esto, pero también que ella no es la única, que en esto no radica su particularidad. Por un lado, otras disciplinas como las matemáticas, la historia y otras ciencias puras y sociales se ocupan de estos fenómenos. Por otro, no es cierto que el pensamiento abstracto, meta-teórico sea una parcela a la que sólo nosotros, los 'filósofos', tengamos derecho.
Tengo el propósito de sostener que, más propiamente, la labor de la filosofía es sotérica, terapéutica, que ella remedia los males del alma y que, en consecuencia, su necesidad es incontestable. Mientras que todas las ciencias y la mayor parte de los comportamientos que adquirimos en la escuela están encaminados a la racionalidad, la filosofía en tanto forma de vida nos ayuda, nos entrena para lidiar con nuestra irracionalidad.
Javier Muguerza, un conocido kantiano español, sostiene que una que otra vez en nuestras vidas de profesores o estudiosos de la filosofía nos ataca la "fiebre metafilosófica" (Muguerza 1993: 53, 86), es decir, un escozor que nos exige dar sentido a nuestra actividad en algo más allá del placer y el beneficio propio. Porque a todos nosotros la filosofía nos produce placer y bienestar. Sin embargo, muy frecuentemente no somos capaces de explicar cómo puede ser esto. ¿Qué hay en el estudio riguroso, el análisis, la crítica e incluso la apropiación de las ideas de otros, ideas aún si se refieren a entidades que hoy creemos ciertamente que no existen –por ejemplo, las 'Formas platónicas', los ángeles, la glándula pineal, el flogisto o la más célebre 'piedra filosofal'–, que nos hace ser y sentirnos mejor?
Las primeras respuestas que se vienen a la cabeza tienen precisamente que ver con mi campo de especialidad: la filosofía antigua. Ello es así porque para los primeros filósofos la filosofía no es una disciplina teórica alejada de la vida, o mejor, porque esa actividad de estudio, análisis, contemplación, que he descrito tan pobremente, es ante todo una forma de vida, una vida filosófica o bíos theoretikós, como la llama Aristóteles. Una que no es meramente un estilo sino el mejor de los posibles.
Por qué? Según Strawson (cfr. 1983: 95),
quien a su vez sigue al historiador Edward Gibbon,
porque la filosofía nos libra del fanatismo.
No es ciertamente el primero en decirlo, aunque
quizá sí en formular tajantemente el talante propio
de la filosofía y del filósofo: el reto a la autoridad,
el cuestionamiento constante de lo dado en
aras de la propia investigación, de la búsqueda
personal, de la autoindagación. Ese carácter ha
determinado el funcionamiento de la tradición
filosófica, de la buena filosofía, desde Tales mismo
hasta hoy. El proceder de Anaximandro y
Anaxímenes, los otros naturalistas de la escuela
de Mileto no deja lugar a dudas; continuar con la enseñanza de Tales fue ante todo comprenderla,
descubrir sus debilidades y tratar de saldarlas
proponiendo nuevas teorías. Ese mismo
espíritu está tras el hermoso dictum del De anima aristotélico "recoger y cernir" con el que la
metodología condensa la actitud que él mismo
tiene hacia sus predecesores.
Claro que hay respeto por el maestro, reconocimiento de la centralidad de su labor en el cambio de la vida propia, cariño infinito por lo que su enseñanza y su presencia logra en el discípulo, incluso en algunos casos veneración. Sin embargo, aún en aquellas asociaciones que se constituyeron tras la muerte de Alejandro en el mundo helenístico, las conocidas escuelas escéptica, estoica y epicureísta, se insistió en la necesidad de abandonar la sombra del escolarca y hacer un camino propio. No puedo olvidar a Marco Aurelio, estoico de pura cepa, socrático consagrado, diciendo: "¿A cuántos Crisipos, a cuántos Sócrates, a cuántos Epictetos ha engullido ya la eternidad? Que esto mismo te venga a la cabeza acerca de cualquier hombre y de cualquier hecho" (Meditaciones: 7, 19)3, podríamos agregar, de cualquier escuela o teoría.
La misma, me parece, es la actitud kantiana en ¿Qué es la ilustración?. Llegar a la mayoría de edad, ser capaz de pensar por sí mismo es el reto al que nos invita la filosofía. También tiene razón Kant en qué las principales causas por las que no podemos valernos de nuestro propio entendimiento son emocionales: miedo y debilidad de la voluntad, pereza más coloquialmente hablando. Por ello sostengo que la filosofía educa la irracionalidad. Se entrena el alma para contrarrestar la molicie, el conformismo y el facilismo; al exigirle que se plantee las preguntas, que las dote de sentido, que busque los elementos para las respuestas y reconstruya las argumentaciones. Su alma se habitúa a no dejar pasar, a no tragar entero, a examinar por sí misma toda situación y opinión valiosa, a hacerse las propias.
Pero también debe habituarse a dejarlas ir. En este sentido, el entrenamiento filosófico debe educar el ego, alejar la soberbia y posibilitar constantemente el autoexamen. Vamos paso a paso; pensemos de nuevo en las habilidades lógicas y argumentales. Aquellos que defienden que el poder de la filosofía, su especificidad, está en el desarrollo de habilidades para discutir, argumentar y contraargumentar conciben la actividad filosófica a la usanza de los campeones de oratoria medievales; creen que la filosofía es un campo de batalla en el que prevalece el más hábil, el que mantiene su postura pasando incluso sobre la verdad. En este modelo de la filosofía no hay un esfuerzo por conocer y comprender a fondo las tesis del interlocutor sino que todo el empeño se concentra en encontrar la debilidad del otro. El que escucha se encuentra al acecho de las palabras y las tesis del otro, en caza de los huecos o errores de su argumentación; la descalificación sustituye la justificación de la propia posición. Esta actitud definitivamente conduce al temido fanatismo. El campeón se cierra sobre sí mismo considerando que la suya es la única verdad. Su mal radica en sus creencias. Lejos de someterlas al mismo escrutinio que le exige a las del otro, las alberga confiado, aferrado ingenuamente a su validez. La filosofía precisamente ataca los males de creencias.
De nuevo vale la pena regresar a los antiguos y recoger la tradición socrática del autoconocimiento. El oráculo le indica a Sócrates dos actitudes cruciales: la desconfianza hacia las certezas ineludibles –"sólo sé que nada sé"– y el examen constante de su interioridad –"conócete a ti mismo"–. Ambos le permiten tomar distancia de lo establecido, no bajar la guardia y revisar una a una cada sus creencias. El que se autoexamina, se conoce, no porque puede predecir sus comportamientos y reacciones o controlarlos completamente. Se conoce porque ha experimentado sus límites, sus desconciertos, porque es capaz de suspender el juicio, escuchar a otro y preguntar. La mayéutica es en este sentido un ejercicio netamente filosófico; se busca la verdad sin importar de qué lado del intercambio dialógico ella alumbre por primera vez.
Filón, Séneca, Marco Aurelio y muchos de mis queridos estoicos usan frecuentemente para referirse al sabio la imagen del atleta de la virtud4. Si bien para los estoicos, la imagen es posible en la medida en que el sabio está en posesión de un cuerpo de conocimiento, literalmente hablando, de dogmas que lo convierten en campeón de la virtud, déjenme aprovechar el aspecto no cognitivo de la imagen.
Un atleta se cultiva por múltiples razones y de muchas maneras. Para nuestro caso consideremos atleta no tanto al competidor, un campeón como el mencionado, sino más bien a aquel que va al gimnasio en busca de una vida mejor. Éste quiere ser saludable, mejorar su desempeño cardiovascular, producir endorfinas para enfrentar la gripa, fortalecer sus huesos y desarrollar musculatura pensando en una vejez sin dolor. Obviamente, en segundo lugar, también está motivado por el influjo que el ejercicio tiene en su figura. Entre menos fofo, gordo y arrugado, sus posibilidades de éxito social de hecho, evolutivamente hablando, se incrementarán. Por último, ese que va día tras día y a pesar del esfuerzo no claudica, está convencido de que ello lo hace feliz. No sólo por los beneficios para su salud, su vida e imagen social sino porque la actividad le resulta placentera en sí misma. Nada de esto depende de proceso intelectual alguno; puede que aprendamos de anatomía y fisiología en la práctica pero ello es accidental. Me valgo de la imagen porque quisiera proponerles que pensemos en la filosofía como el gimnasio del alma y en su ejercicio como el entrenamiento de la irracionalidad.
Como el físico, el atleta anímico tiene objetivos
a diferentes niveles, en tanto hombre,
como ser social y como persona. Como hombre,
quiere descubrir, desenvolver y mejorar su humanidad.
Los que estudiamos pero sobre todo
los que invitamos a otros a estudiar las grandes
obras de filosofía, estamos convencidos de que
tal estudio nos pone en contacto directo con el
pensamiento de esos personajes, con sus cosmovisiones
y redes de valores, con su humanidad.
La República platónica, por ejemplo, no es
valiosa en tanto ejemplifica un modelo de vida
del guerrero, del filósofo, del hacedor o un estado
utópico. No buscamos ya en ella modelos
de gobierno o propuestas políticas para aplicar.
De ella se aprende que el estado del alma de un
hombre puede convertirse en su principal ventaja
o su mayor obstáculo para una vida política
y para su felicidad. Constatamos el enorme esfuerzo
intelectual de un hombre comprometido
hasta la médula con su tiempo y los problemas
propios de éste. Quien la haya leído sabe algo
más, algo que no se resume en sus tesis principales,
algo de lo que no puede darse cuenta
proposicionalmente. En consecuencia, no puedo
decir qué es lo que se sabe de más, pero sí
puedo probarlo: la lectura de los comentaristas
no sustituye la de la República. Aprendemos a
desentrañar a las motivaciones de otro, a poner
en funcionamiento nuestros mecanismos
argumentativos, imaginativos y analíticos para
ponernos en su lugar, concebir otros espacios
teóricos, culturales, anímicos y relativizar
nuestras posiciones. Pero todo esto es también
aprendizaje racional. Nuestro aprendizaje irracional
es más, regresando a la imagen inicial,
como el que realiza el atleta sobre su propia
anatomía en el ejercitarse. A medida que avanza
el entrenamiento, los músculos se perfilan
y logra identificar sus magnitudes, al hacerse
consciente de los movimientos detalla el entramado
que se moviliza cada vez que una mano
ase algún objeto. Ese 'conocimiento' de la operatividad
de su razón es humano precisamente
porque no aplica exclusivamente en él.
Por otro lado, el atleta filosófico se entrena también en lo social. Se hace más hermoso para otros en el trabajo sobre su personalidad.
El pensamiento de otros le permite identificarse con aquello que prefiere, con sus propios esquemas de valoración y esculpirse conforme a la imagen que eligió; por lo mismo, consigue también distinguirse. A pesar de que la estrategia del reconocimiento y la identificación es cognitiva, no es un grupo de creencias lo que logra interiorizar. Es más bien una pose, un cierto aparecer ante los otros que se consolida en la comparación. Asimismo, por supuesto, espiar en las mentes y las motivaciones de otro permite, gracias a la reconstrucción argumental, teórica incluso histórica de su postura, 'pensar con él o en su lugar'. Poco hay tan efectivo para inculcar respeto a la opinión del otro y solidaridad como reconstruir su camino argumental. En parte, nos hacemos platónicos cuando leemos sus diálogos, aristotélicos cuando contrastamos la posición del maestro y criticamos sus presupuestos, estoicos al tratar de identificarnos como una sola humanidad. El aprendizaje social no consiste pues en un conjunto de códigos o comportamientos, ni en la adopción de sus modelos de hombre o ciudad. En la experiencia de un modelo pasado o de una estructura política foránea perfeccionamos una sensibilidad que permite darnos cuenta de qué es lo que realmente cuenta en cada relación, del lugar que tienen su imagen de hombre y sus comportamientos, de lo que los del otro implican para él.
A nivel personal, el conocimiento que ofrece la filosofía es excepcional. La necesidad de analizarse, de identificar, contrastar, evaluar sus propias posiciones lo pone a monitorear toda su vida mental. No es que el filósofo sustituya al psicólogo o al psicoanalista, el análisis filosófico no es personal. Por el contrario, el autoexamen socrático implica un desprendimiento de nuestras caras creencias, una objetivación de ellas y por lo mismo, la distancia necesaria para la evaluación. Al ponernos bajo el microscopio que ponemos al otro, somos capaces de identificarnos con él, de ver nuestra nimiedad pero también aquello que nos hace ser del mismo cuño, la magnificencia de nuestra racionalidad. El que así se evalúa reconoce sus preferencias y las tasa con precisión, sabe qué lo incita y cómo, eventualmente, podrá manejar –llámese dominar, encausar, liberar– su propia emoción.
Es decir, como el atleta, al final de su entrenamiento 'corporal', el que adopta el bíos theoretikós ha mejorado la flexibilidad, fuerza y resistencia de su pensamiento y de su sensibilidad. Es capaz de focalizarse en sus propias reacciones y expectativas, de darles el lugar correspondiente en su economía mental, de identificar sus propios límites; a la vez que le es posible desentrañar esos mismos factores y resortes en los pensamientos y las acciones de otro y por lo mismo, es capaz de negociar. El hombre filosófico es mejor que él mismo antes y por ello es humilde, escucha a su interlocutor.
Creo que buena parte de la reflexión anterior
es especialmente acuciante en un contexto
como el colombiano. Por un lado, proliferan
los estudios y los estudiosos de la filosofía, ¿a
qué vamos a dedicarnos todos, de qué vamos
a vivir? Separémonos sólo por un momento
de los griegos; al menos de los más consagrados,
Platón y Aristóteles, pues en su mundo
la filosofía no es para todos. Ellos consideran
que sólo aquel hombre que tiene resueltas sus
necesidades más básicas, gracias al trabajo de
otros, puede dedicarse, un tanto ociosamente,
a la filosofía. No piensan lo mismo las escuelas
helenísticas de las que he hablado insistentemente;
con todo, la filosofía estuvo reducida a
un pequeño grupo de individuos, cuya historia
familiar o cultural les permitió el contacto con
ella. Uno de los logros más grandes del sistema
escolar occidental compuesto por la escuela
primaria, secundaria y la universidad consiste
precisamente en llevar a todo aquel que quiera
aprender todo aquello que pueda aprender. El
esfuerzo por garantizar la gratuidad de la educación
en buena parte del hemisferio occidental
tiene que ver con brindar los medios a todo
aquel que acepte el reto de ascender económica,
social, moralmente. No obstante el filósofo se
encerró en las aulas y, dedicado a meditar en su
sillón, cada vez tiene menos espacios de acción.
Nosotros, como toda la educación de cuarto y
quinto nivel –es decir los posgrados y doctorados–
debemos devolver el significado a nuestro quehacer; pensar por qué y para qué somos necesarios
y volver a darnos a nosotros mismos
un lugar.
Por otro lado, debemos reapropiarnos del que tenemos en el aula y hacerlo verdaderamente eficaz. Es un hecho que los colombianos somos seriamente incapaces de escuchar; quizá sea excesivo decir que los profesores de filosofía somos los únicos culpables de esa incapacidad. Pero si lo que he dicho es cierto, en algo fallamos al no lograr que nuestros alumnos descubran, desarrollen y empleen sus capacidades dialógicas. Los maestros no sólo educan con el discurso, su fuerza más poderosa y avasalladora es el ejemplo. Sócrates es recordado entre estoicos y epicúreos por sus actitudes exóticas, su voto de pobreza o su aceptación de la cicuta más que por sus tesis intelectualistas o su preocupación por la definición. La información filosófica se adquiere en cualquier biblioteca, se puede descargar en pocos minutos de Internet. El intercambio razonado, cara a cara, el respeto por el otro, la comprensión de su ignorancia, el descubrimiento de sus compromisos teóricos y sociales va mucho más allá.
En otros lugares he defendido que un papel análogo complementario, tienen la literatura, las artes, las expresiones humanísticas en nuestra educación. Creo que ellas tienen un rol causal determinante en la posibilidad de sociedades más equitativas, con individuos mejores y más felices. Por ello he dedicado mis delirios metafilosóficos a pensar qué de mi quehacer diario en las aulas, en mi oficina –que hace las veces de sillón–, puede y debe salir al mundo real, cómo lograr que los individuos que me acompañan en esas actividades –maestros, colegas, alumnos– cambien sus vidas. La invitación es a resignificar nuestra actividad ejerciéndola, a filosofar sobre lo que significa filosofar y por la misma vía a conquistar como individuos y como sociedad, de una vez y para siempre, la autodeterminación.
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1 Cfr. desde el Decreto 2117 firmado en agosto de 1962 por Jaime Posada como Ministro de Educación nacional y Alberto Lleras, en calidad de Presidente hasta las discusiones de la Comisión de Ciencia, educación y desarrollo (1994) mejor conocida como la comisión de sabios, en el ámbito nacional. En el internacional, pueden consultarse las justificaciones del Critical Thinking Approach (http://www.criticalthinking.org/).
2 Por ejemplo, el interesante libro de Nussbaum, Cultivating humanity, con traducción al español de J. Pailaya en Paidós.
3 Traducción de J. Cano, Edaf
4 Filón de Alejandría, Todo hombre bueno es libre, 88: "La filosofía, sin el malabarismo de los nombres propios de los griegos, hace a esos atletas de la virtud, al proponer como ejercicios acciones encomiables, gracias a los cuales una libertad sin servidumbre es asegurada" (la traducción es mía).
Séneca, Cartas a Lucilio 13, 2: "No puede llevar grandes alientos al combate el atleta que nunca fue rozado; el que vio su sangre, aquel cuyos dientes crujieron al puñetazo, el que derribado aguantó todo el cuerpo del adversario y un aun abatido perdió el ánimo, el que cuantas veces cayó volvió a levantarse con mayor denuedo, éste es el que desciende a la lucha con gran esperanza. Así tú también, prosiguiendo esta comparación, muchas viste, estuviste debajo de la fortuna y no te entregaste, sino que te levantaste y resististe con mayor valentía" (traducción de Gallegos Rocafull en SEP)
Marco Aurelio, A sí mismo 3, 4: "Un hombre así, que no demora ya en el encontrarse entre los mejores, es una especie de sacerdote y servidor de los dioses, se sirve de eso que habita en su interior y le vuelve incólume respecto a los placeres, invulnerable respecto a cualquier clase de dolor, incapaz de desmesura, insensible a cualquier tipo de perversidad, atleta de la prueba más importante –la de n sucumbir a ninguna pasión […]" (traducción de Cano Cuenca en Edaf).
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Bibliografía
Annas, Julia. 1981. An Introduction to Plato's Republic. Oxford: Clarendon Press.
Guthrie, William Keith Chambers. 1990. Historia de la filosofía griega IV: Platón. el hombre y sus diálogos: primera época. Traducido por Álvaro Vallejo Campos y Alberto Medina González. Madrid: Gredos.
Kant, Immanuel. 2004. ¿Qué es la Ilustración? Editado por Roberto R. Aramayo. Madrid: Alianza.
Marco Aurelio. 2007. A sí mismo. Traducido por Jorge Cano Cuenca. Madrid: Edaf.
Muguerza, Javier. 1990. Desde la perplejidad: ensayos sobre la ética, la razón y el diálogo. México: Fondo de Cultura Económica.
Nussbaum, Martha. 2005. El cultivo de la humanidad: una defensa clásica de la reforma en la educación liberal. Traducido por Juana Pailaya. Barcelona: Paidós.
Séneca, Lucio Anneo. 1985. Cartas a Lucilio. Traducido por José María Gallegos Rocafull. México: SEP.
Strawson, Peter. 1985. Skepticism and Naturalism: Some Varieties. New York: Columbia University Press.