Modernidad, violencia y procesos decivilizadores. Revisión crítica a partir de la propuesta de Norbert Elias

 

Recibido: 2009 - 09 - 14
Aprobado: 2009 - 11 - 21

 

Alejandro Néstor García-Martínez

Magíster en Sociología. Doctor en Filosofía. Profesor, Departamento de Filosofía, Universidad de Navarra, Pamplona, España. (angarcia@unav.es).


Resumen:

Desde el punto de vista sociológico, una de las ambivalencias más visibles de la crisis de la modernidad consiste en la persistencia de la violencia en las sociedades civilizadas y su constante presencia a lo largo de todo el proceso de modernización. Este artículo realiza, en primer lugar, una exposición de los argumentos de Elias sobre estas cuestiones y los denominados “procesos de decivilización”. Posteriormente, se muestran las revisiones críticas que ha recibido, así como las reelaboraciones conceptuales recientes sobre este tema que permiten una comprensión más fecunda de esta “cara oculta” de la Modernidad.

Palabras clave:

Proceso de civilización, barbarie, informalización, decivilización.


Abstract:

From a sociological point of view, one of the most visible ambivalences of modernity is the persistence of violence in civilized societies and its constant presence throughout modernization processes. This article presents Elias’ arguments about this subject and the so-called “decivilising processes”. After that, critical revisions of his thesis are shown in addition to recent reelaborations on this topic that offer a more fruitful comprehension of this “hidden face” of Modernity.

Key Words:

Civilizing process, barbarism, informalization, decivilization.


Résumé:

Du point de vue psychologique, l’une des ambivalences les plus visibles de la crise de la modernité réside dans la persistance de la violence au sein des sociétés civilisées et dans sa présence constante tout au long de leur processus de modernisation. Cet article présente, tout d’abord, un exposé des arguments d’Elias sur ces questions et sur ce qu’on appelle les “processus de décivilisation”. Il traite ensuite des révisions critiques qu’il a subies, ainsi que des réélaborations conceptuelles récentes sur le sujet qui permettent une compréhension plus féconde de cette “face occulte” de la Modernité.

Mots clés:

Processus de civilisation, barbarie, informalisation, décivilisation.


Introducción:

Ambivalencia, violencia y crisis de la modernidad

Una de las manifestaciones más notorias de la crisis de la modernidad consiste en repensar el proyecto moderno desde sus propias aporías y promesas incumplidas. En este sentido, una de las paradojas que más ha llevado a reflexionar sobre la crisis de la modernidad es la persistencia de la violencia en las sociedades supuestamente civilizadas, ya se considere en su forma de terrorismo, violencia de género o doméstica, violencia intraestatal, mantenimiento de la lógica de la guerra en las relaciones internacionales, etc. La promesa del proyecto moderno de una sociedad donde la violencia sería superflua ha quedado incumplida, y el orden social parece continuamente puesto en entredicho por las prácticas violentas. En los últimos años, abundantes autores y perspectivas han puesto énfasis en esta ambivalente condición de la modernidad como, simultáneamente, oferta de una ordenación social pacífica y, a la vez, espacio donde persiste la violencia institucionalizada1.

Precisamente frente a esta imagen pacífica y de ausencia de violencia que ha quedado asociada, de manera infundada, a los procesos modernizadores o de civilización, las ciencias sociales y humanas han venido señalando desde hace algunos años la necesidad de revisar sus presupuestos. Así, por ejemplo, el sociólogo Hans Joas expone que al realizar un análisis detenido del hecho de la guerra esa visión idílica de una modernidad desprovista de violencia, en la que la guerra y la confrontación violenta habrían dejado paso a la solución pacífica, dialogada y consensuada de los conflictos, no deja de ser un mito2. Como señala también Josetxo Beriain, tanto en el proyecto republicano de Kant con su idea de la “paz perpetua” como en el liberalismo utilitarista –por ejemplo de Adam Smith–, la modernidad queda asociada a la ausencia de violencia: en el primer caso, la república es una forma política que por su propia naturaleza y desarrollo hace innecesaria la violencia; en tanto que, en el caso del utilitarismo económico, la violencia se hace superflua dado que el intercambio económico pacífico garantiza un bienestar generalizado que diluye las confrontaciones. De manera similar, Spencer, Comte y otros clásicos consideraron que la evolución social se dirigía hacia unas estructuras más diferenciadas e integradas que abolirían la violencia y la barbarie. También de manera general Elias o Foucault, y a su manera matizada Weber o el mismo Durkheim, postulan una contraposición entre civilización y barbarie, entendiendo que el proceso civilizador encierra un progresivo control del recurso a la guerra y una creciente racionalización y centralización de la violencia en autoridades legítimas3.

En definitiva, desde gran parte de la tradición sociológica y de las ciencias humanas se ha arrojado una imagen ficticia o ideal: el “sueño de una modernidad desprovista de violencia”4. Por esta razón, la función de la guerra y la violencia en el proceso de la modernidad ha sido tratada de manera superficial y poco detallada. La guerra –y en general la violencia– se ha consolidado en el imaginario colectivo como la variable ausente en la comprensión de la emergencia de la modernidad. No es de extrañar, entonces, que en el momento en el que se ha tematizado la crisis de la modernidad esta cuestión esté teniendo tanta resonancia; y se hayan alzado con vigor voces y enfoques que hablan y discuten explícitamente acerca de esta “cara oculta de la modernidad”5.

En coherencia con la propuesta de recuperar la importancia de la guerra y otras manifestaciones violentas en la comprensión de la modernidad y sus límites, se ha procurado describir con detalle la influencia de la violencia colectiva en la conformación, siempre dentro de un contexto histórico contingente, de los procesos de modernización que desembocan en las sociedades actuales. Por mencionar sólo algunas ideas, es especialmente significativo, en primer lugar, que el Estado moderno en Europa reciba un impulso continuado e importante para su desarrollo de la innovación militar y tecnológica6. Además, la guerra ha servido también como elemento legitimador e integrador social en momentos de debilidad institucional, especialmente cuando se ha dirigido contra un enemigo exterior. Finalmente, la guerra y la violencia colectivas tienen también una función ideológica, como se ha podido comprobar recientemente en la lucha contra el terrorismo justificada por la necesidad de preservar la democracia (frente al nihilismo y el fundamentalismo), o las actuales controversias en torno a la legitimidad de las intervenciones humanitarias bajo el amparo de Naciones Unidas7.

A pesar de estos y otros argumentos que pueden explicitarse en favor de esa necesidad de integrar las distintas formas de violencia para una adecuada comprensión de los procesos de modernización, todavía hoy pervive en gran parte del imaginario colectivo contemporáneo la idea de una manifiesta incompatibilidad entre modernidad y violencia. De hecho, la contraposición entre civilización y barbarie es todavía manejada asumiendo que constituyen polos irreconciliables: ser civilizado implica no recurrir a la violencia, y ser violento o hacer la guerra significa un quebranto del grado de civilización alcanzado. En este sentido, la tarea de comprender los límites y crisis del proyecto moderno y su significación exige construir un esquema comprensivo de amplio alcance que logre integrar las ambivalencias de la modernidad. Precisamente, ésa es la tarea que se propone este artículo, que presenta a continuación algunas de las líneas de reflexión que han tratado de dar cuenta de esa concurrencia de fenómenos y tendencias de civilización y barbarie, o –como se ha conceptualizado en los últimos años– de procesos de civilización y procesos decivilizadores. Para la exposición y discusión de este tema, se propone como estrategia metodológica y propedéutica la presentación, en primer lugar, de las tesis fundamentales al respecto contenidas en la obra de Norbert Elias, tanto por su importancia en la teoría de los procesos de civilización como por lo ejemplar que resulta en el tratamiento parcial de estas cuestiones. Después, se discutirá y se tratará de ampliar su perspectiva con las líneas de desarrollo más actuales, que servirán para esbozar ese cuadro comprensivo más amplio en el que puedan integrarse tendencias civilizadoras y procesos de decivilización.

Civilización y barbarie en la obra de Norbert Elias

Norbert Elias es en la actualidad probablemente el sociólogo de referencia sobre los procesos de civilización8. Su extenso tratamiento de tales procesos y sus apuntes sobre las tendencias contrarias pueden ser tomados aquí como punto de partida para la argumentación sobre el tema que nos ocupa. También resulta un buen ejemplo de la dificultad que ha tenido la investigación sociológica durante demasiado tiempo para integrar ambos aspectos de la modernidad –civilización y barbarie– en un esquema comprensivo de amplio alcance.

Como es sabido, los trabajos de Elias proponen la idea de un curso civilizador conducente a una progresiva autocontención de los impulsos, en correspondencia con una serie de transformaciones en las estructuras sociales encaminadas a un monopolio estatal de la violencia. En su análisis coincide con la mayoría de los autores que han tratado de diagnosticar desde el punto de vista psicológico y sociológico las dinámicas modernizadoras. Es posible resaltar principalmente dos transformaciones íntimamente entrelazadas, a saber, la diferenciación social y la progresiva disciplinarización del yo9. Así, las transformaciones sociales, correlativas a los cambios acontecidos en el comportamiento y afectividad de sus miembros, siguen una dirección que puede ser descrita: la progresiva monopolización de la violencia física y de la fiscalidad, junto a una creciente diferenciación social e interdependencia funcional fruto de muchos factores interconectados. Todo ello tiene como resultado una estructura estatal donde se prima, frente a la satisfacción de las aspiraciones individuales a través de la fuerza y la expresión inmediata de impulsos, la contención y la observación minuciosa de la conducta propia y ajena. Con el progresivo aumento de la interdependencia funcional, se consolidan los mecanismos de monopolio de la violencia, y simultáneamente la conducta humana se torna más disciplinada, menos espontánea y más previsible según cauces socialmente establecidos. En consecuencia, los impulsos que incitaban a dirimir los conflictos interpersonales a través de la violencia –de la que ya no somos usuarios autorizados– son reprimidos.

En todo este contexto explicativo de los procesos de modernización, Elias incluye algunas anotaciones acerca de los reflujos o contratendencias que pueden advertirse en su desarrollo. Así, aunque concluye que existe una direccionalidad de los procesos en el sentido indicado de una mayor contención de los instintos o actitudes violentas e irreflexivas en general, deja también consignado en diversos pasajes de sus obras que tal dirección final y a largo plazo no es lineal, sino que pueden señalarse retrocesos y oscilaciones: “el proceso civilizador jamás se da de modo rectilíneo”, pues “en cada fase se dan oscilaciones de todo tipo”10. Por esta razón, la dirección del proceso sólo es mantenida en su consideración a largo plazo, en la que, frente a impulsos y oscilaciones en sentido contrario, la tendencia se sostiene.

Empero, la consideración de estas regresiones o contratendencias en el proceso de la civilización son únicamente apuntadas –e insuficientemente desarrolladas– por Elias, al menos en sus dos primeras obras sobre la civilización, La sociedad cortesana y El proceso de la civilización11. Con los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial y la constatación a lo largo del siglo XX de un relajamiento de las costumbres y las normas de etiqueta, esta cuestión de las tendencias decivilizadoras adquiere una creciente importancia. Esta relevancia se hará todavía mayor con la progresiva atención en los estudios sociales por esa “cara oculta de la modernidad” que es la violencia colectiva, y llevará a numerosos trabajos por parte de estudiosos de la obra de Elias a tratar algunas de las cuestiones implicadas a este respecto y que el propio autor sólo trató de manera más o menos sistemática en su obra Los alemanes. Conviene presentar brevemente los argumentos principales desarrollados por Elias en esta obra, para mostrar posteriormente las reelaboraciones y revisiones críticas que ha recibido.

La violencia y el colapso de la civilización

En su obra Los alemanes, Elias amplía de forma más sistemática y global algunas de las tímidas indicaciones en sus obras anteriores sobre los retrocesos y contratendencias que pueden advertirse en los procesos de civilización. Esta obra recoge una serie de ensayos y conferencias realizados por Elias a partir de los años sesenta. El objetivo fundamental que da unidad a todos los textos reside, precisamente, en el intento de comprensión del colapso del comportamiento civilizado que supuso el advenimiento de Hitler al poder y los acontecimientos trágicos que de allí se derivaron. Esta reflexión, en opinión del propio autor, tiene una estrecha continuidad con la teoría de la civilización desarrollada en sus dos obras anteriores. De hecho, en una nota al pie parece señalar que su teoría de la civilización no era sino un paso previo, necesario, para dar satisfacción al propósito de comprensión de la barbarie nazi:

El problema de la civilización se me planteó en un principio como un problema completamente personal en conexión con el gran colapso del comportamiento civilizado, con el impulso a la barbarie que tuvo lugar ante mis propios ojos en Alemania y que había resultado algo absolutamente inesperado e inimaginable12.

La pregunta, por tanto, que dio origen a toda la teoría de la civilización de Elias y a su reflexión sobre el proyecto moderno resultaba de esa experiencia traumática y paradójica, vivida en su propia persona, del colapso de una supuesta civilización como la alemana en la primera mitad del siglo XX: “¿por qué en el segundo cuarto del siglo XX tiene lugar en un pueblo civilizado en alto grado un colapso de la norma de la conciencia civilizada?”13.

Más en concreto, los argumentos que aquí interesan para desentrañar la doble faceta de los procesos de modernización giran en torno a dos cuestiones fundamentales: a) cómo integrar en el curso civilizador las tendencias informalizadoras; y b) cómo comprender los fenómenos de barbarie y aparente colapso de los procesos de civilización. La primera cuestión hace referencia a la aparente quiebra de los procesos de civilización que supone el relajamiento de las normas formalizadas de comportamiento, como si esa creciente informalización supusiera una “regresión” en las cotas alcanzadas de civilidad. La segunda cuestión hace referencia directamente al intento de integrar trágicos acontecimientos históricos, como la Segunda Guerra Mundial y el holocausto judío, en un curso civilizador y de pacificación supuestamente continuado.

Informalización de las costumbres

En una conferencia dictada por Elias en 1978 y luego recogida en su obra Los alemanes, el sociólogo de Breslau recoge una de las críticas que se planteó a su tesis sobre los procesos de civilización, a saber: la aporía de considerar la civilización como una transformación en la dirección de una creciente formalidad en las relaciones interpersonales. Elias cree profundamente erróneo reducir su propuesta a la fórmula de que “las cosas que alguna vez eran permitidas hoy se prohíben”14. En realidad, lo que debe considerarse para comprender bien el procesos civilizador es el conjunto de restricciones a las que el individuo está sujeto, que pueden ser tanto heterónomas (Fremzwänge) como autónomas o interiorizadas (Selbstzwänge). Un relajamiento en las costumbres, es decir, una informalización de la conducta puede simplemente indicar que las restricciones predominantes son las autónomas, que han ganado fuerza frente a las heterónomas.

De esta manera, los impulsos hacia una mayor informalización en las relaciones humanas no deben entenderse necesariamente como un retroceso en la civilización de las costumbres, sino que deben enmarcarse y explicarse en unas consideraciones generales sobre los cambios en el equilibrio de poder entre grupos y, especialmente, atendiendo a las cuestiones intergeneracionales. En concreto, el impulso generalizado de informalización que puede advertirse en los Estados europeos del siglo XX, sobre todo a partir de las guerras mundiales, puede explicarse como un cambio en los equilibrios de poder y las relaciones intergeneracionales: “las viejas generaciones habían dado expresión a su superioridad de poder con respecto a los jóvenes por medio de rituales de comportamiento formales”, mientras que, una vez que cambia el equilibrio de poder y se agudiza la diferenciación intergeneracional, los miembros de las nuevas generaciones “se vieron envueltos ahora en una lucha cuya meta era la destrucción de todas las formalidades, no sólo en el trato de las generaciones entre sí, sino también en el de las personas en general”15. Por consiguiente, la tendencia hacia un relajamiento de las formas en numerosos ámbitos de la conducta puede comprenderse cabalmente sólo en relación con los cambios en las oportunidades de poder, de las que los cánones de comportamiento y las reglas de conducta constituían un factor más de esas relaciones. El ascenso o emancipación de las nuevas generaciones, o la misma emancipación de la mujer, significa un cambio en las oportunidades de poder en una sociedad; a su vez, tales cambios traen consigo la sustitución o anulación de patrones y formalidades que pudieran servir para el mantenimiento de ese equilibrio. Todo ello no implica, para el académico de Leicester, que las bases fundamentales del proceso civilizador se vean subvertidas, sino que más bien puede verse una continuidad, en cuanto que los procesos de informalización suponen, en el fondo, una creciente autocoacción de los impulsos, unas necesidades mayores de autorrestricción por parte de los miembros de una sociedad.

Dicho de otro modo, las transformaciones de la sociedad europea a las que aludía Elias al comienzo de este ensayo significan un avance en la individualización de sus miembros, como ejemplifica el caso paradigmático de la emancipación de la mujer. Tales transformaciones ejercen un impulso en la dirección de una mayor autorrestricción, de mayores cotas de autocoacción en detrimento de las coacciones heterónomas –muchas veces ampliamente formalizadas– que regían con anterioridad. Como resume Elias,

El cambio [hacia una mayor informalización] aparece simplemente como expresión del relajamiento de los cánones de comportamiento y de los sentimientos sin los cuales una sociedad, por necesidad, sucumbiría. Sin embargo, esta concepción no hace justicia a los hechos. Los cambios en el patrón social que determina la vida de las mujeres jóvenes muestran, de manera inequívoca, que ahora el peso de las decisiones y con ello también el de la regulación, ha pasado en gran medida de los padres y las familias a las mujeres mismas. Se trata, en realidad, por ese lado, es decir, por el lado de la relación entre generaciones, de un incremento de la presión social hacia una autorregulación o, dicho en otras palabras, de un impulso hacia la individualización. Ver una transformación de este tipo como un acto de decivilización significa entender erróneamente la teoría de la civilización16.

En suma, las conductas que han perdido su formalidad solamente son posibles en una sociedad en la que se da por supuesto un elevado grado de represión y en la que tanto las mujeres como los hombres están absolutamente seguros de que una autocoacción intensa y unas reglas de etiqueta muy estrictas mantienen a cada uno en su sitio. No hay riesgo de que el otro se comporte de manera impulsiva, a pesar de que la conducta no esté protocolizada. Se trata, por tanto, de “una debilitación de la rigidez anterior que se mantiene por completo en el contexto de unas pautas de comportamiento ‘civilizadas’, esto es, en el contexto de una restricción y modificación en alto grado de las emociones de carácter automático y considerada como hábito”17.

Cabe concluir, pues, que para Norbert Elias las tendencias hacia una mayor informalidad en las relaciones humanas no afectan, si se entiende bien, a su teoría de los procesos de civilización. No constituyen per se procesos decivilizadores, sino sólo son indicadores de una particular estructura afectiva donde la contención de los impulsos –también los violentos– descansa más en coacciones autónomas –interiorizadas– que en normas heterónomas. De hecho, el propio curso modernizador parece exigir ese predominio de la autocontención frente a la observación de la norma externa: ser civilizado es tener control sobre los propios afectos e impulsos como estructura interiorizada, y no tanto como cumplimiento de una norma; es más un hábito que un esfuerzo de nuestra voluntad18.

Barbarie nazi y colapso civilizador

La segunda gran cuestión que tiene que ver con las regresiones u oscilaciones que pueden apreciarse en los procesos de modernización o civilización consiste, precisamente, en la constatación de tendencias desintegradoras con un alto componente de expresión violenta. El exterminio judío a manos de los nazis (donde la misma madre de Elias perdió la vida) es un caso paradigmático de ese “regreso a la barbarie”, que afecta directamente a una adecuada conceptualización de los procesos civilizadores y constituye uno de esos referentes visibles de las paradojas de la modernidad. La aproximación que hace Elias a estos fenómenos no deja de ser parcial, como se mostrará a continuación, pero al menos debe reconocérsele un tímido intento por compatibilizar las tendencias decivilizadoras con los procesos más genuinamente civilizadores.

En efecto, el tratamiento que hace Elias de la barbarie nazi es un intento por comprender aquellos acontecimientos como una derivación –nunca necesaria– de los procesos sociales a largo plazo que los preceden. Este objetivo heurístico a partir de las condiciones sociales previas es nítidamente manifestado por el propio autor:

En lugar de consolarse con la idea de que los acontecimientos [del período nazi] hayan sido de carácter excepcional, sería más útil analizar las condiciones propias de las civilizaciones del siglo XX, las condiciones sociales, que favorecieron este tipo de atrocidades y que pueden favorecerlas de nuevo en el futuro19.

Su conclusión es también clara: para comprender la regresión a la barbarie que supuso el periodo nazi no puede apelarse a motivos que normalmente se califican de “racionales” o “realistas”, pues son siempre secundarios respecto a los ideológicos20. No obstante, el hecho de que en conjunto la población alemana estuviera predispuesta a aceptar el credo ideológico del nazismo puede tener una explicación plausible a la luz del peculiar curso civilizador seguido por el estado alemán. Dicho de otro modo, la tesis que mantiene Elias es que el pueblo alemán abrazó la ideología que condujo a aquellos actos de barbarie debido a un proceso civilizador particular que predispuso a los alemanes para aceptar lo que el nazismo ofrecía.

El curso civilizador que recorrió el estado alemán hasta su consolidación presenta algunas peculiaridades que afectarán al “hábitus social” o carácter nacional de los alemanes. Entre esas peculiaridades Elias destaca el encajonamiento geográfico y las constantes presiones invasoras a las que fue sometido el territorio durante el proceso de formación estatal, la prevalencia del mando militar y la cultura de la obediencia, así como el particular antagonismo entre la burguesía y la nobleza aristocrática y militar21. Todos estos aspectos se tradujeron en una específica estructura de la personalidad desde la que los alemanes interpretaban la realidad y tomaban las elecciones vitales. Tal “carácter nacional” queda caracterizado por:

a. Una fuerte inseguridad en cuanto a la identidad grupal, dadas las abundantes discontinuidades y dificultades históricas en el proceso de unificación estatal;

b. Un anhelo o necesidad de un ideal colectivo que otorgara sentido a esa debilitada e inconclusa identidad colectiva;

c. Prevalencia del ethos guerrero como modelo conducente a la unidad colectiva, y vigencia de patrones de obediencia y jerarquía para la dirección de la acción personal.

Según Elias, estas características de la personalidad de los alemanes, resultantes de sus procesos de civilización, serán esenciales para comprender el transcurso de los acontecimientos que llevaría a Hitler al poder y permitirían implantar su ideario político y social. Así, en un periodo de crisis nacional, el hábito de ser regido desde arriba conservó su vigencia; la idea de apoyarse en una autoridad superior a la cual pudieran todos entregar la responsabilidad y el poder de mando, siguió siendo atractiva; y el ideal de preservar la identidad colectiva, permaneció como anhelo siempre presente. Como resume el propio autor,

Dos grupos de factores contribuyeron a la grave quiebra de la civilización ligada al nombre de Hitler y del nacionalsocialismo: las peculiaridades de la evolución alemana a largo plazo y las características del punto al que había llegado en ese momento. Entre las primeras se ubican el patrón extraordinariamente perturbado de esta evolución y la decadencia furtiva con que trataba de erigir un “imperio” perdido hacía mucho, como símbolo de la grandeza de Alemania y su supuesto restablecimiento como el objetivo más elevado para el futuro. Entre las segundas, la tradición autocrática casi ininterrumpida que legó a la masa de los alemanes una conciencia relativamente débil y dependiente en cuestiones públicas. Los factores de este tipo y sus consecuencias no necesariamente causaron su derrumbe, pero prepararon el camino para esta forma particular de quiebra de su civilización22.

Como puede apreciarse con este breve repaso a los argumentos de Elias, existe ciertamente en su obra un intento de integrar tendencias civilizadoras y decivilizadoras en un esquema conceptual unitario. No obstante, queda sin embargo la duda de si queda suficientemente articulada su relación y sinergia en los procesos de modernización, o si por el contrario es un ejemplo más –acaso paradigmático– de las dificultades que ha encontrado la sociología para tratar de manera satisfactoria una de las paradojas más acuciantes de la modernidad.

En síntesis, las objeciones que se le han puesto en los últimos años a sus argumentos pueden agruparse en dos grandes preguntas. La primera de ellas es una pregunta específica sobre los brotes de violencia generalizada dentro de los procesos de modernización o civilización: ¿cómo se pueden integrar los procesos de violencia más o menos generalizada con la idea de una direccionalidad histórica hacia una mayor autocontención de los impulsos y de la violencia? ¿Suponen un colapso de tal proceso o deben entenderse, precisamente, como esa “cara oculta” del mismo desarrollo histórico de la modernidad? La segunda cuestión, más general, versa acerca de la consideración global de los procesos decivilizadores y su naturaleza: ¿cómo han de ser entendidos e integrados los procesos de decivilización que pueden observarse dentro del proceso global de la civilización descrito por Elias?

Reinterpretación de la barbarización de la sociedad y los procesos decivilizadores

La constatación de las explosiones de violencia y “barbarie” durante el siglo XX son muchas, y la denominada “barbarie nazi” ocupa un especial lugar en la conciencia de las sociedades occidentales. Quizá ésta fuera otra de las razones por las que la primera publicación de El proceso de la civilización recibiera tan poco reconocimiento y pasara prácticamente desapercibida: una obra que trataba el tema de la civilización y la formalización de las costumbres en un contexto europeo al borde de la guerra y con continuados episodios de violencia no tenía el camino abonado para un gran éxito. Esta idea es recogida por Sir Edmund Leach cuando afirma que mientras que Elias estaba formulando su teoría de los procesos de civilización, Hitler estaba refutando sus argumentos a gran escala23. En una línea semejante Otto Newman afirma que la tendencia “siempre civilizadora” a la que, en su opinión, se refiere Elias no se compadece con el conflicto entre clases, la violencia, el genocidio, el acoso sexual, el terrorismo, el aborto y otras manifestaciones de barbarie a las que la realidad nos tiene acostumbrados24. Finalmente, por poner un último ejemplo, James Curtis afirma que, al leer El proceso de la civilización de Norbert Elias, no podía

dejar de pensar en todas las evidencias en contra […] la matanza de judíos en la Alemania nazi, […] la destrucción de la vida y la propiedad con el bombardeo de Tokio; […] las masacres en Mai Lai y en otras partes de Vietnam […] ¿Cómo podemos reconciliar estos acontecimientos con la idea de que las personas se dirigen hacia la culminación de la autocontención de la conducta agresiva?25.

Con todo, si hacemos caso a las declaraciones del propio Elias en la “Introducción” de su estudio sobre los alemanes, sus investigaciones sobre el proceso de la civilización constituyen un paso previo para comprender y explicar, precisamente, el colapso de la civilización y la emergencia de la barbarie que observaba a su alrededor y que sufrió personalmente:

El problema de la civilización se me planteó en un principio como un problema completamente personal en conexión con el gran colapso del comportamiento civilizado, con el impulso a la barbarie que tuvo lugar ante mis propios ojos en Alemania y que había resultado algo absolutamente inesperado e inimaginable26.

Aceptemos o no esta explicación a posteriori, lo que nos interesa aquí es el hecho de que el tema de la violencia en diversos contextos figuracionales ha suscitado un amplio interés. Ya hemos indicado más arriba el tratamiento que hace Elias sobre estas cuestiones en su obra Los alemanes; pero conviene ahora hacer una breve mención a cómo otros autores han seguido el surco por él marcado tratando de responder a la cuestión de si estos acontecimientos suponen, a fin de cuentas, un quebranto del proceso de civilización o si, por el contrario, cabe alguna otra manera de integrarlos27.

En términos generales, la línea argumental que deja abierta Elias consiste en el intento de explicar, desde su llamada sociología figuracional, las tendencias violentas de las sociedades contemporáneas como episodios dentro de un marco heurístico de largo alcance. Así, siguiendo de cerca su modelo, otros investigadores han prestado atención a las tendencias violentas y procurado integrarlas en un esquema comprensivo a largo plazo. Entre ellos destaca el trabajo de Pearson, que llevó a cabo un estudio en el que se demuestra que durante generaciones, al menos en la sociedad británica, se han alzado con cierta habitualidad voces que alertaban de una escalada en los índices de violencia. Pese a la alarma generalizada, el investigador concluye, sin embargo, que deben entenderse tales brotes de violencia como tendencias de corta duración, pero que no son mantenidas en el largo plazo28. Así lo muestran también los estudios cuantitativos desarrollados por Gurr y Stone29. En una línea similar, Eric Dunning y otros investigadores de la Universidad de Leicester han trabajado sobre las tendencias violentas en la sociedad británica desde 1900 hasta 197530. En estos estudios, además de matizar el concepto de violencia empleado por Elias31, advierten que la tendencia generalizada es hacia una menor violencia en la sociedad –con excepciones como las que pueden encontrarse en el ámbito del deporte– hasta la década de los sesenta, donde se advierte un repunte sostenido también durante la década de los setenta. Ante estas evidencias, al final la cuestión permanece abierta, en el sentido de que no es posible descartar un proceso sostenido de creciente violencia en las últimas décadas, para el que incluso pueden darse algunas explicaciones. La principal consiste en argumentar que la democratización e igualación social tiende a producir efectos civilizadores en sus primeras etapas, pero que a partir de cierto momento los efectos son contrarios. Con todo, se reconoce que no es posible comprender completamente la periodicidad de estos efectos de distinta dirección, ni tampoco “las condiciones bajo las cuales una sociedad se dirige, en términos generales, hacia una mayor ‘civilización’ o las condiciones bajo las que se dirige, igualmente de modo predominante, en sentido contrario”32.

La cuestión de la convivencia de procesos civilizadores y decivilizadores es más general y ha dado lugar a un enriquecimiento conceptual importante con respecto a los argumentos de Elias. En efecto, tanto sus detractores como seguidores han prestado en los últimos años una detenida atención a lo que se han venido a llamar de manera genérica “procesos de decivilización”33. La cuestión más general a este respecto radica en cómo pueden integrarse de manera no sesgada o reduccionista estas contratendencias dentro de la teoría global de la civilización de Norbert Elias, más allá de los pocos ejemplos que el propio autor maneja y su idea genérica de las posibles “regresiones” u “oscilaciones” en el curso general de la civilización de occidente34. En términos generales, parece haber consenso en considerar como deficiente la atención que presta Elias a estas cuestiones, incluso entre los investigadores más favorables a sus argumentos35.

No obstante, permanece relativamente intacta –si bien considerablemente ampliada– la idea apuntada por Elias de considerar el curso global de la civilización atravesado por una concurrencia de impulsos civilizadores y procesos decivilizadores. En este sentido, la inclusión del plural (procesos, impulsos, tendencias) para hablar de una multiplicidad de cursos históricos que favorecen tendencias civilizadoras o decivilizadoras no es un asunto menor o puramente retórico. Por el contrario, manifiesta el convencimiento de que entre la multiplicidad de procesos intrincados en los desarrollos sociales los hay que favorecen el curso hacia una mayor interdependencia y autocontrol, junto a otros que propician tendencias opuestas. Ambos tipos de procesos conviven, y la cuestión de fondo radica en comprobar, en el largo plazo, cuál es la tendencia predominante36. Así, como concluye Benthem van den Bergh,

Los episodios decivilizadores acontecen dentro de procesos civilizadores. Oponer los procesos decivilizadores a los civilizadores es engañoso también porque ignora la interconexión entre los diferentes niveles del proceso civilizador, especialmente entre los niveles interestatales y los intraestatales37.

Otro aspecto importante en la discusión de esta concurrencia de tendencias opuestas radica en la suposición de que las tendencias decivilizadoras constituyen impulsos menores que “duran un período relativamente corto”, en comparación con la tendencia global a favor de la civilización. Tal consideración marginal de los procesos de decivilización no se compadece, como ha mostrado Mennel, con ciertos procesos de larga duración (más de tres generaciones) que son bastante numerosos y que, por tanto, requieren una atención menos superficial y más temática38. Ante estas regresiones en el curso de la civilización, y dadas las muchas circunstancias que pueden precipitarlas, Mennell considera poco factible la posibilidad de elaborar una teoría general o estructural de tales colapsos, y propone en cambio centrar la atención en el impacto de tales procesos decivilizadores en la cultura y la conducta personal39. A ello podría contribuir también, según explica Breuer, la aclaración del “lado oscuro” de la civilización que transcurre en paralelo al proceso civilizador, como efecto no deseado. Se refiere a la “parte negativa de la diferenciación funcional”, y pone como ejemplo las tendencias negativas o consecuencias imprevistas que pueden emanar de la organización capitalista en torno a una lógica de mercado: si bien el mercado promueve la integración social y la interdependencia, también puede generar “una atomización de lo social, un incremento de la densidad y la negación de todo tipo de relaciones, es decir, una sociabilidad asocial”40.

Otra aportación conceptual interesante es la proporcionada por Abram de Swaan, quien propone diferenciar, dentro de los procesos decivilizadores, aquellos que quedan limitados a determinadas áreas del comportamiento o del espacio social. A tal fin distingue entre los procesos de decivilización y los de discivilización. Mientras los primeros suponen un colapso en el monopolio de la violencia por parte del Estado y un consiguiente aumento de los niveles de violencia social, los segundos implican un incremento de esa violencia en determinados ámbitos –o compartimentos41– de la conducta y contextos sociales, pero en presencia de un generalizado monopolio de la violencia. Procediendo con estas distinciones conceptuales, pueden identificarse cuatro tipos distintos de tendencias: los procesos civilizadores “normales” (monopolio de la violencia por parte del Estado y una correlativa pacificación interior), procesos discivilizadores (monopolio estatal pero con manifestaciones de violencia compartimentalizada, esto es, en determinados ámbitos), procesos decivilizadores (ausencia de monopolio de la violencia y un correlativo aumento de las explosiones y manifestaciones violentas) y procesos civilizadores “sin Estado” (no existe monopolio de la violencia pero sí una amplia pacificación en las relaciones interpersonales dentro de la comunidad)42.

Conclusiones finales

La teoría de la civilización de Norbert Elias, pese a su fecundidad para la comprensión de los procesos de modernización, presta escasa atención a una de las ambivalencias más visibles de la Modernidad: la supuesta pacificación de la sociedad y las continuas expresiones de violencia que pueden constatarse. La cuestión de la integración de la violencia en los procesos civilizadores requiere de una mayor profundización y un mayor refinamiento que el ofrecido por Elias en sus escritos. Sus intuiciones acerca de la presencia de procesos decivilizadores en el curso general de la civilización resultan limitadas y no alcanzan a explicar la variedad de formas y circunstancias que pueden describirse históricamente. En suma, su aparato conceptual y heurístico, aunque constituya un buen punto de partida, resulta limitado para esta tarea. Las investigaciones más recientes se han encaminado, como hemos mostrado, en esa dirección de ampliar y completar los huecos dejados a este respecto. En cada vez más casos, los desarrollos conceptuales posteriores que vienen realizando, con abundantes y novedosas distinciones, sugerencias, matices y modelos comprensivos, son una profunda reelaboración de los argumentos de Elias sobre estas cuestiones. Estas reelaboraciones, con un manifiesto mayor alcance y solidez conceptual, permiten, por ejemplo, la integración en sus respectivos modelos interpretativos de los casos de sociedades sin Estado y con un alto grado de autocontrol y pacificación, así como las cuestiones relacionadas con las explosiones de violencia en determinadas sociedades o momentos históricos.

La investigación de los procesos de decivilización, de la que los impulsos hacia una mayor violencia o los casos de genocidio como el holocausto judío son casos particulares, es actualmente uno de los retos más interesantes desde el punto de vista sociológico. Pues supone, a fin de cuentas, tratar los episodios de violencia y los fenómenos bélicos sin desligarlos de un análisis de los procesos globales de modernización. Es necesario sacar a la luz esa “cara oculta” de la modernidad, y lidiar con ella en un contexto explicativo e integrador de mayor alcance. Se trata de una labor todavía por consolidar en los estudios sociológicos; labor que se adentra plenamente en una de la grandes ambivalencias que deben afrontarse para un análisis cabal de la denominada crisis de la modernidad.


1 Probablemente, el autor contemporáneo que más resonancia ha tenido en los últimos años glosando estas ideas ha sido Zygmunt Bauman. Afirma: “La práctica típicamente moderna, la sustancia política moderna, del intelecto moderno, de la vida moderna, es el esfuerzo por exterminar la ambivalencia” (Z. Bauman, Modernidad y ambivalencia, traducción de M. Aguiluz, Anthropos, Barcelona, 2005, p. 27). Cfr. también su obra Modernidad y holocausto, traducción de A. Mendoza, Madrid, Sequitur, 1998.

2 Cfr. H. Joas, “La modernidad de la guerra. La teoría de la modernización y el problema de la violencia”, en J. Beriain (ed.), Modernidad y violencia colectiva, Madrid, C.I.S., 2004.

3 Cfr. J. Beriain, Modernidades en disputa, Barcelona, Anthropos, 2005, p. 78 y ss. Los argumentos referidos de los clásicos citados pueden encontrarse, por ejemplo, en H. Spencer, The works of Herbert Spencer, Osnabrück, Zeller, 1966, 6ª ed.,, A. Comte, Cours de philosophie positive, Paris, Hermann, 1990, M. Foucault, Saber y verdad, traducción y edición de F. Álvarez-Uría y J. Varela, Madrid, La piqueta, 1991, M. Foucault, La arqueología del saber, traducción de A. Garzón del Camino, México, Siglo XXI, 1969, M. Weber, Economía y sociedad, vol. I, traducción de J. Medina, México, Fondo de Cultura Económica, 1969, 2ª edición en español de la 4ª ed. en alemán,, E. Durkheim, La science sociale et l’action, Paris, Presses Universitaires de France, 1970 y E. Durkheim, De la division du travail social, Paris, Presses Universitaires de France, 1986, 2ª ed.

4 Cfr. H. Joas, Guerra y modernidad, traducción de B. Moreno, Barcelona, Paidós, 2005, p. 60.

5 Cfr. E. A. Tiryakian, “La guerra: la cara oculta de la modernidad”, en J. Beriain (ed.), Modernidad y violencia colectiva, Madrid, C.I.S., 2004.

6 Cfr. A. Giddens, “Capitalist Development and the Industrialization of War”, The Nation-State and Violence, Berkeley, University of California Press, 1985, pp. 222-254.

7 Sobre estas cuestiones, cfr. J. D. Derian, “In terrorem: antes y después del 11 de septiembre”, en J. Beriain (ed.), Modernidad y violencia colectiva, Madrid, C.I.S., 2004, y también Tiryakian, “La guerra: la cara oculta de la modernidad”, ob. cit., p. 72 y ss.

8 Cfr. los datos concretos aportados por D. Smith, Norbert Elias and Modern Social Theory, London, Sage Publications, 2001, pp. 10-12.

9 Un resumen de la convergencia de argumentos en algunos clásicos de la sociología acerca de estos dos aspectos de los procesos de modernización puede encontrarse en A. N. García Martínez, El proceso de la civilización en la sociología de Norbert Elias, Pamplona, EUNSA, 2006, pp. 360-378. Cfr. también R. V. Krieken, “The Organization of the Soul: Elias and Foucault on Discipline and the Self”, Archives Européennes de Sociologie, 31, 2, 1990.

10 N. Elias, El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, traducción de R. García Cotarelo, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, 1ª reimp. de la 2ª edición, p. 225.

11 También de manera superficial y poco sistemática, Elias alude años después en su estudio sobre el deporte y el ocio en el proceso de la civilización a la confluencia de los procesos civilizadores con otros decivilizadores: “Un proceso civilizador puede ir seguido, incluso acompañado, por vigorosos movimientos en la dirección contraria, por procesos de–civilizadores” (N. Elias y E. Dunning, Deporte y ocio en el proceso de la civilización, traducción de P. Jiménez, México, Fondo de Cultura Económica, 1992, 1ª ed., p. 61).

12 N. Elias, Los alemanes, traducción de L. F. Segura y A. Scherp, México, Instituto Mora, 1999, pp. 41-42.

13 Ibídem, p. 42.

14 Ibídem, p. 41.

15 Ibídem, p. 54.

16 Ibídem, pp. 55, cursivas mías.

17 Elias, El proceso..., ob. cit., pp. 225-226.

18 En términos generales, todas las observaciones de Elias en torno a la flexibilidad de las costumbres, han sido reformuladas por un grupo de investigadores neerlandeses que introducen y desarrollan el concepto y la temática de la informalización. De nuevo sin ánimo de ser exhaustivos, pueden señalarse como los más representativos muchos de los trabajos de Wouters: C. Wouters, “Developments in the Behavioural Codes between the Sexes: The Formalization of Informalization in the Netherlands”, Theory, Culture and Society, 4, 2-3, 1987, “Informalisation and the Civilising Process”, en E. Dunning y S. Mennell (eds.), Norbert Elias, London, SAGE Publications, 2003, vol. 2, “Formalization and Informalization. Changing Tension Balances in Civilizing Processes”, Theory, Culture and Society, 3, 2, 1986, “Social Stratification and Informalization in Global Perspective”, en E. Dunning y S. Mennell (eds.), Norbert Elias, London, SAGE Publications, 2003, vol. 2. Puede acudirse también a los trabajos de C. Brinkgreve, “On Modern Relationships: The Commandments of the New Freedom”, en E. Dunning y S. Mennell (eds.), Norbert Elias, London, SAGE Publications, 2003, vol. 2, C. Brinkgreve y M. Korzec, “Feelings, Behaviour, Morals in The Netherlands, 1938-1978: Analysis and Interpretation of an Advice Column”, en E. Dunning y S. Mennell (eds.), Norbert Elias, London, SAGE Publications, 2003, vol. 2; P. Kapteyn, Taboe, Macht en Moraal in Nederland (Taboo, Power and Morality in the Netherlands), Amsterdam, De Arbeiderspers, 1980, In de speeltuin Nederland (In the Dutch Playground), Amsterdam, De Arbeiderspers, 1985, “Even a good education gives rise to problems: the changes in authority between parents and children”, Concilium, 5, 1985; y A. De Swaan, “The politics of agoraphobia”, Theory and Society, 10, 3, 1981.

19 Elias, Los alemanes, ob. cit., pp. 356, énfasis del autor.

20 “Se tiene que llegar a la conclusión de que el extermino de los judíos no sirvió para ningún propósito que pueda calificarse de ‘racional’ y que los nacionalsocialistas fueron movidos a intentarlo, sobre todo, por la fuerza y la firmeza de su misma creencia en ello” (Ibídem, p. 365).}

21 Para más detalles sobre el proceso de formación estatal alemán, cfr. ibídem, pp. 9-22.

22 Ibídem, p. 462

23 Cfr. E. Leach, “Violence”, London Review of Books, 1986.

24 Cfr. O. Newman, “Review of Chris Rojek Capitalism and Leisure Theory”, Sociology, 20, 2, 1986.

25 J. Curtis, “Isn’t it Difficult to Support Some of the Notions of ‘The Civilizing Process’? A Response to Dunning”, en C. R. Rees y A. W. Miracle (eds.), Sport and Social Theory, Illinois, Human Kinetics Publishers, 1986, pp. 59-60.

26 Elias, Los alemanes, ob. cit., pp. 41-42.

27 Resultaría sumamente interesante contrastar en profundidad las tesis eliasianas sobre el holocausto con los argumentos de Zygmund Bauman en su obra Modernity and the Holocaust. Algunas ideas al respecto pueden encontrarse en N. Sznaider, “Compassion and Cruelty in Modern Society: The Case of the Holocaust”, en E. Dunning y S. Mennell (eds.), Norbert Elias, London, SAGE Publications, 2003, vol. 2, así como en la obra de Smith, Norbert Elias and Modern Social Theory, ob. cit., donde se incluye también una comparación con Arendt. Una comparación superficial con Bauman puede también consultarse en S. Mennell, “Decivilising Processes: Theoretical Significance and Some Lines of Research”, en E. Dunning y S. Mennell (eds.), Norbert Elias, London, SAGE Publications, 2003, vol. 2, pp. 92-93.

28 Cfr. G. Pearson, Hooligans: A History of Respectable Fears, London, Macmillan, 1983 y Mennell, “Decivilising Processes...”, ob. cit., pp. 90-91.

29 Los estudios de Gurr y Stone pueden hallarse en T. R. Gurr, “Historical Trends in Violent Crime: A Critical Review of the Evidence”, Crime and Justice. An Annual Review of Research, 3, 1981 y J. Stone, “Interpersonal Violence in English Society, 1300-1980”, Past and Present, 101, 1983, pp. 22-33.

30 Cfr., por ejemplo, E. Dunning, P. Murphy, e I. Waddington, “Violence in the British Civilizing Process”, en E. Dunning y S. Mennell (ed.), Norbert Elias, vol. 2, London, SAGE Publications, 2003, pp. 5-34 y E. Dunning, P. Murphy, y J. Williams, The Roots of Football Hooliganism, London, Routledge, 1988. Véase también E. Dunning et al., “Violent Disorders in Twentieth-Century Britain”, en G. Gaskell y R. Benewick (eds.), The Crowd in Contemporary Britain, London, SAGE Publications, 1987, pp. 19-75.

31 En su opinión, conviene distinguir entre las manifestaciones violentas que obedecen predominantemente a impulsos afectivos y las formas de violencia que en general están motivadas por cálculos instrumentales o racionales para lograr unos objetivos. Tal distinción no está presente
en el pensamiento eliasiano. Cfr. Dunning, Murphy, y Waddington, “Violence in the British Civilizing Process”, ob. cit., p. 10.

32 Dunning, Murphy, y Williams, The Roots of Football Hooliganism, ob. cit., p. 243. Cfr. también los comentarios en S. Mennell, Norbert Elias. An introduction, Dublin, University College Dublin Press, 1998, pp. 246-248.

33 Cfr., por poner algunos de los autores más representativos de este interés, A. De Swaan, “Dyscivilization, Mass Extermination and the State”, en E. Dunning y S. Mennell (eds.), Norbert Elias, ob. cit., pp. 137-147; S. Mennell, “Decivilising Processes: Theoretical Significance and Some Lines of Research”, International Sociology, 5, 2, 1990, pp. 205-223; A. Szakolczai, “Decivilizing Processes and the Dissolution of Order, with Reference to the Case os East Europe” (paper presented at the Norbert Elias centenary conference, Bielefeled, 2-22 June 1997); R. V. Krieken, “The Barbarism of Civilization: Cultural Genocide and the

34 Uno de estos escasos ejemplos, tampoco sistemáticamente atendido, es su sugerencia en La sociedad cortesana sobre la resistencia de algunos de los terratenientes de la nobleza de acercarse a la Corte en busca del favor real, en contra de la tendencia general y a riesgo de quedar excluidos de la “buena” sociedad. Cfr. N. Elias, La sociedad cortesana, traducción de G. Hirata, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, 1ª reimp., p. 285 y ss. En un sentido parecido, Maso ha puesto de manifiesto que, mientras en la Edad Media la tendencia general era hacia el acortesamiento de los guerreros, algunos de ellos siguieron una dirección contraria y agudizaron sus conductas violentas y agresivas. Cfr. B. Maso, “Riddereer en riddermoed-oniwikkelingen van de aanvalslust in de late middeleeuwen (Knightly honor and knightly courage: Changes in fighting spirit in the late Middle Ages)”, Sociologische Gids, 29, 3-4, 1982, pp. 296-325.

35 Cfr., por ejemplo, Zwaan, “On Civilizing and Decivilizing Processes...”, ob. cit., p. 169.

36 Cfr. Fletcher, Violence and Civilitation…, ob. cit. Sobre el argumento de la coexistencia de tendencias civilizadoras y decivilizadoras puede consultarse también G. V. Benthem Van Den Bergh, “Decivilising Processes”, Figurations, 16, 2001, pp. 2-4; Zwaan, “On Civilizing and Decivilizing Processes...”. ob. cit. ; Dunning, Murphy, y Waddington, “Violence in the British Civilizing Process”, ob. cit.; o Mennell, “Decivilising Processes...”, ob. cit. Es interesante también, en este contexto, la disputa entre Haferkamp y Mennell sobre el “viejo” y el “nuevo” Elias que transforma su atención desde posiciones intraestatales a otras interestatales, donde los procesos decivilizadores adquieren una nueva significación. Cfr. H. Haferkamp, “From the Intra-State to the Inter-State Civilizing Process?”, Theory, Culture and Society, 4, 2-3, 1987, el comentario de S. Mennell, “Comment on Haferkamp”, Theory, Culture and Society, 4, 2-3, 1987 y la réplica de H. Haferkamp, “Reply to Stephen Mennell”, Theory, Culture and Society, 4, 2-3, 1987.

37 Benthem Van Den Bergh, “Decivilising Processes”, ob. cit., p. 3.

38 Mennell, „Decivilising Processes...“, ob. cit., pp. 93-96. Ejemplos de estos colapsos decivilizadores son puestos de manifiesto por el arqueólogo Joseph Tainer, que incluye el imperio Chou en China, el imperio de Mesopotamia o el hitita. Cfr. J. Tainter, The Collapse of Complex Societies, Cambridge, Cambridge University Press, 1988.

39 Cfr. Mennell, “Decivilising Processes...”, ob. cit., p. 94.

40 Cfr. S. Breuer, “The denouements of civilization: Elias and modernity”, International Social Science Journal, 128, 1991, p. 407.

41 Esta idea de la “compartimentalización” puede encontrarse tanto en De Swaan, “Dyscivilization…”, ob. cit., p. 142 como en Zwaan, “On Civilizing and Decivilizing Processes...”, ob. cit., p. 173.

42 Cfr. De Swaan, “Dyscivilization...”, ob. cit., pp. 142-145.


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